"¿Señor, ya han apagado el fuego?". Seis simples palabras que resumen a la perfección un sentimiento, un deseo, un anhelo. Primero de los habitantes de Andratx y, a medida que iban pasando las horas, de todos los mallorquines. Fueron pronunciadas por dos niños que rondaban los diez años apenas se cumplían las primeras veinticuatro horas del incendio de Andratx, cuando se encontraron con uno de los efectivos de la Unidad Militar de Emergencias.

El ayuntamiento andritxol se convirtió durante días en la base del operativo de extinción de una de las mayores quemadas que han azotado el archipiélago. Los que pasamos allí las primeras horas no podremos olvidar las lágrimas de los vecinos que contemplaban las montañas ardiendo sin saber qué había sido de sus casas. Lágrimas de impotencia, de angustia, de desolación por una catástrofe que, en el mejor de los casos, ha dejado sus residencias rodeadas de un paisaje gris de ceniza.

Como las carreteras estaban cortadas, dos mujeres de más de setenta años emprendieron el camino a pie montaña arriba para recorrer los tres kilómetros que las separaban de su hogar. Hasta que, afortunadamente, fueron obligadas a bajar por la Guardia Civil. Otro gesto que, a mediodía en plena ola de calor, resume el desconsuelo de quien quiere comprobar que no lo ha perdido todo.

Tampoco es posible olvidar las caras de los miembros de la UME, del Ibanat o de los Bomberos de Mallorca cuando bajaban de nuestra Serra de Tramuntana cubiertos de hollín. Rostros que reflejaban el cansancio tras horas de lucha contra el fuego. Y también preocupación por ver que, a pesar de todos los esfuerzos, la cosa no mejoraba allí arriba. A todos ellos, gracias.

"Estamos aquí para lo que haga falta, se nos quema el pueblo", me confesaba entre sollozos una de las centenares de personas que se acercaron al ayuntamiento a llevar bebida y comida. Si algo tuvo de positivo esta gran catástrofe medioambiental fue la reacción de la gente. Las redes sociales sirvieron para canalizar los llamamientos en pos de comida y bebida. Necesitaban líquidos isotónicos, dulce y fruta para intentar recuperar físicamente a los cientos de héroes que arriesgaban sus vidas para que las llamas no siguieran su avance. Hoteles, bares, vecinos de Andratx y de otros municipios se movilizaron de tal manera que al cabo de poco tiempo se cubrieron las necesidades. Vimos llegar camiones enteros de bebida y hielo. Cajas y cajas de fruta y bocadillos. Gente que hizo pasteles y cocas en sus casas y las llevó al ayuntamiento. Y trabajadores públicos que estuvieron allí todo el fin de semana para organizarlo todo.

Una corriente de solidaridad y altruismo que no terminaba aquí. Que se extendía a la preocupación sincera por el prójimo, al abandono del egoísmo y el narcisismo tan presentes a menudo en nuestra sociedad. Escuchaba admirada a una vecina que me comentaba que ella había perdido su casa, pasto de las llamas. Pero que eso daba igual, porque ella vivía en el pueblo de Andratx. Que era mucho peor la situación de los que los que tenían en la montaña su residencia habitual. Era sincera, hablaba con el corazón. Sus ojos me lo confirmaron. Una honestidad que contrasta con la de algunos representantes políticos, muy amantes de esta tierra, que aparecieron en el ayuntamiento el lunes por la mañana. Tres días después de que se declarase el incendio. Para salir en la foto, supongo. Aunque no dejaron que la desgracia les estropeara el fin de semana. Lo primero es lo primero.

También fue sorprendente la tranquilidad y madurez con que los vecinos de Estellencs pasaron las horas fuera de esta idílica localidad, una de las perlas de Mallorca. Así como el buen hacer de la Cruz Roja, que se ocupó de atender todas sus necesidades durante las horas de espera e incertidumbre.

Seguramente hay mucha más gente que debería estar presente en este pequeño homenaje. Incluso lecciones que aprender sobre prevención y coordinación. Pero desde el ayuntamiento no se veía todo. Hasta pasados unos días no fui capaz de contemplar las imágenes de la tierra devastada por el fuego.Sólo vi a gente que se entregaba en cuerpo y alma a su cometido. Fuera cual fuera. Periodistas que pasaron días sin dormir. Responsables de prensa del Govern que los atendieron a todos de forma extraordinaria para que pudieran trasladar a la ciudadanía preocupada la situación en cada momento. Hoteleros que nos ofrecían sus establecimientos para darnos una ducha cuando la fatiga empezaba a hacer mella. E incluso miembros de los servicios de emergencias que se preocupaban de cómo estaban los demás, cuando ellos eran los que llevaban días de esfuerzo incansable. Muchos nombres propios que se reconocerán en estas palabras. Ahora ya sé por qué la Serra es patrimonio de la humanidad. De la Humanidad con mayúsculas.