Todos hemos vivido con intenso dramatismo el terrible accidente de tren de Santiago de Compostela que se ha saldado con 79 muertos y muchos heridos graves. La extensa cobertura que le han otorgado televisiones y diarios, las fotos publicadas, los relatos de los supervivientes, el reflejo inmisericorde e impúdico, hasta morboso, del dolor de los familiares en algunos medios, todo eso nos ha producido dolor y tristeza que se acentúan por la proximidad del acontecimiento. No se trata aquí de las decenas de muertos anónimos en los diarios atentados con coches-bomba en las calles de Bagdad, fruto de la pelea sectaria entre sunitas y chiítas por hacerse con la verdad de la Revelación, ni se trata tampoco de víctimas de la guerra civil de Siria o consecuencia de los enfrentamientos que han sucedido en Egipto al golpe de estado contra el presidente Morsi tras una utilización sectaria por su parte del mandato de las urnas. Tampoco son producto de fenómenos naturales ante los que estamos impotentes como los tornados del Medio-Oeste americano con su estela de astillas y desolación, o de las inundaciones que anualmente provocan los monzones en el subcontinente asiático. Esas son tragedias que vemos desde lejos, con lejanía física y con lejanía emocional porque a fin de cuentas se trata de cifras, de muertos anónimos cuya repetición acaba por insensibilizarnos. Aquí no, aquí todos cogemos trenes, los muertos y heridos podríamos ser nosotros porque son nuestros vecinos y ello le añade proximidad y dramatismo al suceso, a la vez que nos coloca de forma ciertamente incómoda ante la evidencia de nuestra propia fragilidad. En un mundo donde triunfan juventud y belleza mientras se ocultan la vejez, la enfermedad y la muerte, el accidente de Santiago nos arranca de forma brutal la venda que nos cubre los ojos porque mañana te puede tocar a ti.

La morbosa insistencia en los detalles humanos de la tragedia ha dejado en un primer momento en segundo plano un análisis más profundo de las causas de lo ocurrido y de las medidas de seguridad con las que contaban el tren y la vía, pues es debatible si se habría podido evitar el accidente si el tramo de vía donde se produjo hubiera tenido medidas de seguridad más sofisticadas. De entrada espero que les prohiban hablar por teléfono a los maquinistas mientras conducen. Es importante saber lo ocurrido, corregir los fallos y enmendar las carencias que existan para evitar que se repita una tragedia similar en el futuro y también porque hay muchos intereses y hasta empleos en juego, al estar la red ferroviaria de alta velocidad en plena expansión en nuestro país y poder afectar a las exportaciones de un sector en el que España es líder mundial y donde no hay que tener la ingenuidad de pensar que lo ocurrido no perjudica nuestras expectativas y puede beneficiar a nuestros competidores. Parece que de momento se va a aplazar la licitación del corredor de alta velocidad entre Rio de Janeiro y Sao Paulo, que debía hacerse pública el próximo 13 de agosto.

El incendio de la sierra de la Tramuntana en Mallorca produce una inmensa tristeza ante la magnitud del desastre ecológico, más de 2.000 hectáreas de monte arrasadas en una zona de gran belleza, aunque paliada por la inexistencia de víctimas humanas, lo que un consuelo, por más que los habitantes de Estellencs tuvieran que evacuar sus casas ante el peligro. La orografía del terreno y los fuertes vientos dificultaron la lucha contra el fuego, que estuvo muchas horas descontrolado y haciendo estragos. Se asemeja al accidente de tren de Santiago en que los dos parecen tener su origen en causas humanas, la distracción del conductor del tren, que según se afirma iba a velocidad excesiva mientras hablaba por teléfono y el descuido del individuo que tuvo la infeliz ocurrencia de echar sobre unos matojos los residuos todavía calientes de una barbacoa un día muy ventoso en el que casi se alcanzaron los 40 grados de temperatura en la isla.

Da la impresión de estos accidentes se podrían haber evitado de no haber mediado fallos humanos. Los hombres fallamos donde no lo hacen las máquinas y esta es otra triste constatación. Lo ocurrido en Santiago y en Andratx no es fruto de la maldad humana como las guerras, ni de imprevisibles fenómenos naturales como los terremotos, sino que es consecuencia de fallos humanos, de la distracción, la imprevisión o la simple estupidez y ante ellas estamos indefensos mientras los daños morales y materiales son inmensos y tardarán mucho tiempo en cicatrizar. Ni se recuperarán los seres queridos fallecidos en Santiago ni muchos volveremos a ver s´Arracó como era hasta hace unos días, mientras los causantes involuntarios de ambos accidentes tendrán que vivir el resto de sus vidas con el recuerdo del daño causado, que no es poca pena.

En medio de esta tristeza cabe preguntarse si, entre tantos hoteles y tanta inversión para atraer turistas, destinamos los medios suficientes para preservar nuestros montes y el hábitat natural que ellos protegen y que son los que, junto con nuestras playas, proyectan al mundo una imagen atractiva de Balears... porque nadie vendría de vacaciones a una isla de montes pelados y playas sucias.

Hobbes decía que los hombres eran intrínsecamente malos, Rousseau creía en la inocencia del buen salvaje. Yo pienso que a veces somos muy estúpidos.