1. Para todo observador equidistante y sereno, el conjunto de palabras pronunciadas por el Papa Francisco en Brasil, abren el camino a una tipología eclesial de características muy diferentes a las actuales.

Lo había dicho en su primera gran alocución al cuerpo cardenalicio, a la vez que lo repetía en la homilía de su misa de entronización: "Ya es hora de ir a las periferias". Precisamente sobre tal frase, yo mismo escribí en su momento, y tuve un interés especial en definir periferias como un concepto relacionado con toda realidad civil y eclesial. Todo lo que existe tiene sus propias periferias. Por lo tanto, la invitación del Sucesor de Pedro afecta al conjunto de la realidad en que la Iglesia Católica se ve inmensa: desde las periferias de la marginación (insistiendo en la distribución de la riqueza) a las periferias de la cultura (insistiendo en el derecho de todos al conocimiento, al desarrollo personal y a la plenitud intelectual y de la sensibilidad).

De suyo, el católico es lo más opuesto a una persona instalada, pero no solo teóricamente porque sobre todo prácticamente. El Evangelio, en palabras del mismo Papa, es revolucionario, y yo me permito añadir que si no es revolucionario (es decir, que provoca cambios estructurales) el Evangelio se desvirtúa y ayuda a apuntalar todavía más un sistema que todos sabemos injusto por inhumano y antifraternal. Las cosas son como son, y cada uno que aguante su vela, en lugar de pasarse el día criticando el cuerpo eclesial desde su propia atalaya distante y cómoda. Quien se pringa tiene derecho a criticar. Quien no, mejor que calle.

2. Lo anterior tiene una consecuencia que me parece que es el núcleo de estos años vividos a la par que Francisco en la cúpula del vaticana: nuestra responsabilidad en el proyecto papal de las periferias, de la justicia distributiva, de la cultura universal, en una palabra, de la dignificad humana. Dicho de otra manera, de qué forma teórica pero sobre todo práctica somos capaces de cambiar nuestros hábitos personales y pastorales para que los deseos y consignas de Francisco se hagan realidad. Yendo todavía más allá, el reto es muy sencillo: mientras no nos revolucionemos individual y colectivamente como creyentes (y puede que hasta no creyentes dada la naturaleza de la propuesta), será imposible trasladar la revolución a la sociedad y al cuerpo entero eclesial. Teniendo presente que el concepto de revolución papal es el de trasformación histórica desde los grandes valores humanos que no se distancian para nada de los evangélicos, pero poniendo en el epicentro de los católicos en cuanto tales la persona de Jesucristo y su Evangélico, sustancia de la Iglesia y su Evangelización.

Esta implicación de todos nosotros en el plan de Francisco es la clave definitiva para que tal plan (la tan manida Nueva Evangelización) llegue a realizarse. Mientras nosotros, el resto eclesial, obispos, sacerdotes seculares, religiosos y religiosas, laicos en todas sus modalidades, parroquias, centros de enseñanza confesionales, instituciones plurales, ONGs de inspiración eclesial, es decir, todo aquello que es fruto de la acción eclesial en último término y que, por ello mismo, incide en la configuración de la sociedad, mientras todo este universo católico, de matiz cristiana, está claro, no entre en acción con nuevo vigor y decisión de revolucionar/trasformar la realidad eclesial y civil, el plan papal será uno de esos maravillosos sueños que de vez en cuando aparecen en nuestra Iglesia, como hace cincuenta años sucedió con el Vaticano II. Todavía por ejecutar en lugar de ir hacia atrás como los cangrejos.

3. En este momento se perciben entusiasmos creyentes auténticos pero un tanto desorganizados, que pueden derivar en meros deseos de deseos, como dice San Ignacio. Es decir, en nada de nada. Necesitamos vertebración desde quienes tienen responsabilidades de vertebrar, sobre todo obispos y sacerdotes de todo tipo, además de la fuerza irresistible de la mujer creyente, la gran potencia eclesial que nos da miedo dejar que desarrolle su intuición y su paciencia.

Mi modesto punto de vista es que, pasado el verano, diócesis y parroquias y todo tipo de instituciones católicas deberían entrar en un tiempo de re-generación evangelizadora, capaces de abandonar lo demostrado inútil e implantado tantas cosas que desde hace años sabemos que darían resultado. Puede que tal re-generación implique llamativas reuniones de naturaleza ejecutiva de todo el pueblo de Dios, pero si a estas alturas tenemos miedo a tales reuniones€, entonces es que estamos en manos del miedo y no acabamos de fiarnos del Santo Espíritu.

4. El viaje a todas las periferias está más claro que el agua como deseo papal. Que lo llevemos a cabo o no, está en nuestras manos creyentes. Dejemos de lado a los nostálgicos que se sienten molestos con Francisco y su evidente forma de ver las cosas. Allá ellos y ellas. Pero que no pongan zancadillas al mismo Papa y a quienes deseamos seguir su dinamismo pastoral y evangelizador. No basta con Francisco. Este hombre nos necesita a todos y a todas. Pongamos la mano en el arado y no miremos atrás.