Serbios y kosovares se mataron con entusiasmo hasta que intervino la OTAN. Ahora acaban de firmar un acuerdo que les abre a ambos perspectivas europeas y que es un ejemplo para otros contenciosos aún abiertos en los Balcanes. Todo un éxito para la diplomacia europea.

Una de las consecuencias de la desaparición de la URSS fue el fin de la guerra fría que liberó tensiones antes domeñadas en Yugoslavia. El resultado fueron las mayores atrocidades cometidas en suelo europeo desde la II Guerra Mundial. El más brutal y agresivo fue el nacionalismo serbio bajo la batuta de Milosevic, que acabó juzgado en La Haya por crímenes contra la humanidad. Solo en Srebrenica fueron asesinados a sangre fría 8.000 bosnios de religión musulmana por serbios ortodoxos. También los croatas católicos hicieron de las suyas con los musulmanes y mi impresión es que si estos no hicieron lo mismo no fue por ser mejores sino por ser los más débiles. Visité aquella zona un par de veces y me impresionaron las salvajadas que vi y que me contaron nuestros soldados estacionados en Mostar, donde había un precioso puente medieval que tampoco sobrevivió y que había inspirado una preciosa novela de Ivo Andric (Un puente sobre el Drina) que explica el complicado mosaico étnico-religioso-lingüístico que había dejado en los Balcanes el enfrentamiento entre austro-húngaros y otomanos.

Serbia no logró imponerse y tuvo que aceptar la independencia de Croacia y de Bosnia-Herzegovina (hace 20 años controlaba la mitad de la primera y dos tercios de la segunda) pero se negó en redondo a aceptar la secesión de Kosovo cuando esta región tomó las armas en 1998 en una guerra de liberación nacional que forzó una intervención de la OTAN para evitar más matanzas tras la muerte de 10.000 kosovares y una limpieza étnica en pleno siglo XX que condujo a la expulsión del 60% de sus hogares. El resultado fue el establecimiento una administración internacional bajo tutela de la ONU hasta que en 2008 Kosovo proclamó de forma unilateral su independencia con respaldo de los EE UU y otro centenar de países y la oposición otros como la propia Serbia, Rusia, China y cinco europeos entre los que se encuentra España, amparados en sólidos argumentos jurídicos que no ocultan otras razones políticas.

Para complicar aún más las cosas, Kosovo es muy pobre con 1,7 millones de habitantes de los que la inmensa mayoría son albaneses musulmanes pero tiene también 140.000 serbios ortodoxos, de los que un tercio vive en Mitrovica, en el norte, que quieren integrarse en Serbia, lo que dificultaba el diálogo que pedía la asamblea general de la ONU (resolución 298). Como en todos estos asuntos de nacionalismos, la pasión se impone sobre la razón. En 2003 el entonces primer ministro serbio Djindjic se atrevió a proponer dejar Kosovo y fue asesinado. De no poder quedarse con todo Kosovo, Serbia exigía al menos la partición y la adhesión de su zona norte.

La única manera de resolver ese nudo gordiano ha sido ofrecer a Serbia el inicio de negociaciones de adhesión a la Unión Europea (UE), que anunciará formalmente el consejo europeo del próximo mes de junio, y tentar a Kosovo con la firma de un acuerdo de asociación, como primer paso hacia Europa.

Ashton ha utilizado este señuelo con habilidad y el pasado 19 de abril los primeros ministros de Serbia y Kosovo, curiosamente ambos muy nacionalistas, han firmado un acuerdo donde Serbia no llega a reconocer la independencia de Kosovo pero lo acepta como entidad política diferenciada, renunciando a su partición, y a cambio los kosovares dan una gran autonomía a la zona norte donde viven los serbios que tendrán una policía y una justicia propias y gestionarán la educación y la sanidad. La ejecución de este acuerdo no será fácil, la iglesia ortodoxa serbia ya ha organizado una manifestación en Belgrado donde lo ha tachado de traición y también en sectores de Kosovo se resiente la amplia autonomía concedida. Pero es el único camino posible e inteligente entre los maximalismos de uno y otro lado.

El acuerdo muestra que entrar en la UE sigue siendo un objetivo atractivo para muchos países a pesar de todos los problemas que afectan a la zona euro y a la innegable pérdida de atractivo de la Unión, prisionera de una política de austeridad que impone terribles sacrificios a algunos de sus ciudadanos. Precisamente Croacia va a entrar en la UE el 1 de julio próximo tras diez años de negociaciones y cabe esperar que este acuerdo que parecía imposible entre Serbia y Kosovo sirva de acicate a las complicadas disputas entre las comunidades étnicas de Bosnia-Herzegovina y a las que separan a griegos y macedonios por cuestiones de símbolos. Todo un éxito para una Europa muy necesitada de buenas noticias.

Es un acuerdo, finalmente, que obligará a replantear sin prisas la relación con Kosovo a aquellos países, como el nuestro, que no reconocen su independencia declarada unilateralmente. Al fin y al cabo no hay que ser más papistas que el Papa y el artículo 14 del nuevo acuerdo dice que ninguno de los dos firmantes, Serbia y Kosovo, pondrá trabas a la aproximación del otro a la UE. Y no hay que tener miedo, Kosovo no se parece absolutamente en nada a nuestro país.

* Embajador de España