Me gusta observar el poder de las mujeres, sobre todo si es sutil y corrector de la conducta de su pareja, mejorándola. Entronca con una concepción del matriarcado, clásica de las sociedades mediterráneas. El otro, el poder abusivo y su ambición „sea de mujer ú hombre„ siempre ha sido un incordio y es otra manifestación del machismo en su peor deriva. O sea que volvamos al matriarcal y a su papel en la pareja, que suele ser „repito„ sutil, cargado de finezza e implacable si es necesario. Y manifestado en los consejos, los avisos y la libertad e independencia dentro del matrimonio, asuntos que nacen de una manera de ser y de estar basada en el afecto y no en el interés. "Ho consultaré amb sa dona" es una frase habitual en la isla a la hora de cerrar un trato o dilatar sus pasos previos. Ambos interlocutores saben que esa consulta no va a tener lugar, pero también conocen el poder simbólico que encierra: "nada se hace sin su consentimiento". No tanto por la paz de la casa, sino por mantener su orden natural. El consentimiento „lo sabe el vendedor, pero también el comprador„ ya está dado de antemano: si no, no estarían en venta esos quartons o quarterades. Ahora se trata de recordar su presencia para mantener el timón del regateo y que no parezca que se tienen ganas de vender. O necesidad. La desgana y el desinterés son cruciales, no vaya a creer el del dinero lo que no es y quiera bajar el precio. Atavismos. Por lo demás, la vida, de esta manera, no era una conquista socioeconómica. No esencialmente, al menos.

A partir de los ochenta, sin embargo, entró una especie invasora en el hábitat de la pareja. ¡Cuántas cosas raras no entraron en los 80! Me refiero a la power couple o alianza matrimonial con el objetivo de comerse el mundo, que como todos saben „menos las power couple y otros conjuntos similares„, es muy indigesto. La power couple es una sociedad limitada, basada en el poder (no necesariamente político) y el dinero y cuyo destino es más poder y más dinero. Todo muy aburrido. Todo muy vulgar. Todo muy previsible. Y sin embargo, todo muy extendido, tanto que, como el picudo rojo, amenaza y está liquidando la concepción antigua del matriarcado mediterráneo. Institución que debería ser protegida: más que la tomàtiga de ramellet, el ferreret y los talaiots. O por lo menos tanto como ellos. Si no, vamos a acabar colonizados por los modos de esa figura anglosajona que es el matrimonio político norteamericano y encima, en plan simulacro o ectoplasma. Si es que no lo estamos ya, que me parece a mí que sí.

Pero ahora que tantas cosas están saltando por los aires „y recemos para que los cascotes no nos partan la cabeza„ el caso Amy Martin es una perfecta metáfora del rey va desnudo, facción power couple. Recuerden: un gestor de una fundación socialista, aquejado del mal de egocentrismo, al que se despide por haber cobrado de esa fundación una serie de artículos que él mismo escribía y firmaba con el seudónimo Amy Martin. A 3.000 euros la pieza, dicen, una cantidad que todos los que escribimos profesionalmente en este país sabemos que pertenece no a los Emiratos Árabes o Las mil y una noches, sino a algún reino perdido más allá de Orión. Él se lo guisaba y él se lo comía, mientras se fotografiaba con Clinton, Blair, González o Zapatero, que lo miraba arrobado, promesa de chico. Pero al ser expulsado, resulta que su exmujer „una escritora de nombre fabuloso (nunca habíamos sabido nada de ella hasta ahora) de la que también dicen que de ex, nada„ ha dicho que ella era Amy Martin, que está dispuesta a devolver los miles de euros cobrados

„cerca de sesenta mil por una veintena de artículos: increíble pero cierto„ y que todo fue un experimento para comprobar en la realidad la trama narrativa de su próxima novela (que debe de estar al caer, claro). Menos mal que no eran crímenes sangrientos lo que probaba, como en Instinto básico y otras películas norteamericanas de los 80 y 90, la era de las power couple, que ha cristalizado en nuestra sociedad „no sabemos hasta cuándo, qué plaga„ en el siglo XXI. Y hay más: había conseguido miles y miles de euros de distintos ministerios para sus actividades cinematográficas, mientras gobernaba el arrobado, y su marido „que aparece como productor en el making off de un corto de su mujer, diciendo algo así como "lo que más me interesó del proyecto€" ejem, ejem„ estaba de capitoste en la Fundación Ideas y se fotografiaba con los líderes sociales del mundo mundial, no tanto encantado de conocerlos como encantado de reconocerse entre ellos. En fin: lo habitual, ya digo.

El caso daría para una historia „ya nadie es lo que es y la identidad es lo de menos mientras la pasta corra„ si no estuviéramos cansados de ver parejas que actúan de parecida manera. Quizá menos evidente, pero de parecida manera. ¿Qué pasaría si se las expusiera en la picota como en el caso Amy Martin? ¿Creerían esas parejas lo que verían de sí mismas? ¿Se reconocerían? ¿Pensarían que hicieron algo, digamos, mal? ¿Sabrían en qué momento se equivocaron? Yo creo que no, pues el sentido de la responsabilidad es algo tan extinto como la civilización etrusca. Si nadie es nadie, si nadie hizo lo que hizo, si sólo se estaba mirando para casa, si todos hacían lo mismo y peor, si todo era un inmenso equívoco, que encima ha acabado mal por culpa de otros, siempre de otros€ En fin: a mí me gustaría oír lo que comentarían Teresa Gelabert y Llorenç Villalonga al respecto. Para sonreír un rato y reconocer lo que ya va pareciendo irreconocible en nuestra propia tierra (donde ya no sé si alguien recuerda quién era Teresa Gelabert, claro, o sabe qué es, exactamente, un matriarcado).