Como sabe cualquier persona familiarizada con el italiano, se habla en ese idioma de casino o de bordello para significar confusión, desorden, lío. Pero, como explica Umberto Eco en uno de los ensayos recogidos en el libro Construir el enemigo (Lumen, 2012), antes ambas palabras equivalían a "casa de tolerancia". No sé por qué pero he pensado de pronto en ellas al reflexionar sobre lo que ocurre de un tiempo a esta parte en la política española, cada vez más parecida a la del país de Berlusconi aunque sin velinas, tema de ese ensayo del semiólogo italiano, o bunga bunga.

Casa de tolerancia, pues: tolerancia con la corrupción política, con la económico-financiera o con los trajes legales cortados a la medida del Señor de los Casinos, también conocido como Mr. Adelson. La prensa hierve estos días de noticias sobre imputaciones, contratos amañados, adjudicaciones irregulares, financiación fraudulenta de partidos, millonarias estafas, cuentas en paraísos fiscales grandes y pequeños, indultos difícilmente comprensibles, privatizaciones más que sospechosas y todo lo que se quiera.

Si de alguna cosa hemos de alegrarnos en medio de tan desolador panorama es de que la justicia „ aunque siempre lenta, demasiado lenta„, y la prensa, al menos su parte más sana, estén cumpliendo los cometidos que la sociedad les tiene encomendados. Sin la labor vigilante de algunos medios, sin sus certeras denuncias, de seguro que no se habrían producido últimamente al menos algunas dimisiones. Es sólo un comienzo, un toque de atención, un aviso de que las cosas no pueden seguir como hasta ahora en un país que quiera llamarse democrático.

Resultaba hasta ahora descorazonador ver cómo, al igual que en Italia, políticos nuestros manifiestamente corruptos presumían de resultar elegidos una y otra vez en las urnas, desmintiendo así a los aguafiestas que los habían denunciado. Los medios tienen ante sí un enorme reto. Sobre todo con todo lo que puede rodear el proceso ya en marcha de privatizaciones más o menos camufladas de lo que hasta ahora eran bienes o servicios públicos como el agua, la sanidad o la educación.

Los gabinetes de consultoría van a sustituir cada vez más a la función pública y a los representantes de la voluntad popular, tal y como denunciaba recientemente a propósito de Francia la periodista de ese país Mathile Goanec en Le Monde Diplomatique. "Mientras que el asesoramiento privado se profesionaliza y siembra sus peones, la pericia pública se debilita", escribía Goanec.

Ha ocurrido en la Francia del conservador Sarkozy, pero también en la nueva del socialista François Hollande, o en el Reino Unido del laborista Tony Blair, cuyo gobierno se rodeó de todo tipo de asesores para profunda irritación de los public servants (los funcionarios de carrera). Y esos consultores, que no son ideológicamente asépticos, no se limitan siempre a funciones técnicas, sino que intervienen con frecuencia en las políticas de reforma del Estado, ya se trate de impulsar privatizaciones o por el contrario de frenar nacionalizaciones.

Es la hora de los ´lobbies´, de los grupos de presión o cabildeo, que actúan lo mismo en Madrid que en Berlín, Estrasburgo o Bruselas y lo hacen tanto sobre el poder ejecutivo como sobre el legislativo. Toca pues a los medios de comunicación permanecer vigilantes. Es una de sus principales funciones en democracia. Se lo deben a sus lectores y a la sociedad. ¡Basta ya de "casinos"!