Cuando llegó el día en el que la fama estuvo insoportablemente mal vista, los famosos no podían ir por la calle sin que les escupieran o insultaran. Y daba igual si la fama le venía a uno de ser obispo, locutor de la tele, autor de libros o cantante. Cualquier de clase de fama implicaba una condena pública sancionada con el aislamiento. Se consideraba, desde luego, que los famosos eran necesarios, pues cumplían una especie de función evacuadora de residuos contaminantes, pero por eso mismo se les despreciaba también y se evitaba su cercanía. No podían tomar un taxi, un autobús, no podían viajar en metro sin exponerse a agresiones físicas y psicológicas. Vivían en guetos donde los menos famosos hacían burla de los más célebres.

Esto no fue de un día para otro. No ocurrió un martes o un miércoles, ni siquiera uno de esos domingos por la tarde en los que los individuos o la sociedades ponen en cuestión el orden establecido. Fue un proceso. El asco a la fama empezó en las redes sociales, cuando la gente se preguntó qué hago yo aquí, quién me mandó meterme en Facebook como quien se expone en un escaparate. ¿Por qué rayos me apunté al Twitter este de las narices donde sigo a mil imbéciles y soy seguido por quinientos? La gente comenzó a darse de baja en esos expositores y más tarde empezaron a negar ardientemente haber estado alguna vez en ellos. Pero el odio que las personas sentían hacia sí por haber intentado alcanzar la fama, cualquier clase de fama, a no importa qué precio, lo proyectaron sobre los famosos y ahí empezó la segunda etapa del desastre.

De súbito, nadie quería ser popular. Pero como por otra parte los famosos eran absolutamente necesarios para vehicular el odio, la frustración, y la mala leche en general de los ciudadanos, cada familia seleccionaba al más tonto de los suyos para entregarlo a la fama al modo en que antes, en los pueblos, se entregaba al más listo a la Iglesia.

-Este chico tiene pocas luces.

-Será un perfecto presidente del Gobierno.

Y así fue cómo, las sociedades, gobernadas por los más torpes, pero los más famosos, llegaron a la situación que llegaron.