El gran Juan Marsé confiesa que sigue escribiendo con música de fondo. Y no se trata de cualquier melodía o intérprete. No. A ser posible, dice, que sea con el saxo de Ben Webster. Así da gusto escribir, querido Marsé. Escribir con música. Vivir con música de fondo. Ducharse mientras uno tararea o fusila un blues o, qué diablos, un villancico pegadizo. Volver a silbar, a cantar por la calle. Se admiten desafinaciones. Lo importante es cantar, no perder la capacidad de silbar una melodía. Ahora que caigo en la cuenta: hace mucho tiempo que no me dedico a escuchar solamente música. Me refiero como actividad única y exclusiva. Pasaron los tiempos de tumbarse en la cama o desparramarse en un sofá con el único objetivo de dedicar unas horas a la música. Solamente a la música y a las ensoñaciones que la escucha provoca. Ahora que caigo: es urgente volver a esta actividad que para los hiperactivos es pura pasividad. Marsé, entre otras declaraciones dignas de enmarcar, aprovecha para ridiculizar como se merecen a los patrioteros, salvapatrias y demás personajes absurdos, esos que se creen la encarnación de un país. Mesías que mezclan céntimos con sentimientos y que actúan con bombos y platillos, una charanga infumable. Pero, claro, no conocen otra clase de música que no sea ésta de engrandecer su pequeña figura. Insufrible trompetería. Un tipo libre, Juan Marsé, que no se arruga y que zanja sin pestañear cuestiones estúpidas. Pero volvamos a la música y dejemos a estos personajes a un lado, aunque sea por unos momentos. Cuando Marsé dice que sigue escribiendo con música de fondo, viene a confesar que él no puede vivir sin música. Siempre hay una canción, una melodía sin letra que pulula, incluso hay días en los que uno, atrevido que es, va componiendo un tema sobre la marcha. Se trata de una melodía que sabemos que morirá. Eso sin saber nada de solfeo. Ya me entienden. Todos somos compositores, aunque nuestros conocimientos de composición sean nulos. El jazz influyó de forma determinante en el estilo y ritmo de Cortázar. El fraseo del jazz, que él decía. Y, sin embargo, hay épocas de sequedad musical. Ninguna melodía sale a nuestro encuentro. Escribir en seco. Vivir en seco. Ahora ya sin fumar y, por descontado, sin ningún vaso de whisky a nuestra vera para ir encontrando el adjetivo, que decía Pla. Habrá que regresar a la bebida, al sorbo breve y definitivo del whisky, piensa quien ha dejado de tener el alcohol y el tabaco a mano. O demasiado a mano. Que sea la propia escritura la que se emborrache, la que fume. Como decía Deleuze, y cito de memoria, por tanto, mal: es la escritura la que tiene que delirar, yo no. O Tom Waits, que cantaba aquello de que no es él quien estaba borracho, sino el piano. Y cito fatal. No se trata de ingerir bajas, medianas o altas dosis de alcohol, sino de generar alcohol desde la sobriedad. Ya me entienden. Estoy seguro. Uno se puede emborrachar de abstemia. Parece paradójico, pero ya se sabe que la vida es una paradoja casi constante. Nietzsche era un bebedor de agua.

Salir de casa con una canción entre manos es el primer triunfo matinal, dejando a un lado el triunfo que consiste en el mero hecho de levantarse de la cama. Se aceptan horteradas. Tampoco, tal como estamos, vamos a exigir exquisiteces. ¿Quién no se ha sorprendido más de cinco y diez veces tarareando, como dice una amiga, vilezas? Canciones, más que pegadizas, pegajosas. Que en lugar de sumar, como dice un amigo, restan. Lo importante es cantar, mantener el espíritu alegre. Y es verdad. ¿Cómo no confesar ese tipo de tarareos íntimos y no siempre dignos de ser aireados? Durante un tiempo fui víctima de aquel Hola, mi amor, yo soy tu lobo, de la indescriptible Orquesta Mondragón, cuyo letrista era nada más y nada menos que el poeta Luis Alberto de Cuenca, que además fue ministro de Cultura. Pues, bien, dediqué un periodo no breve de tiempo de canturrear hasta la infamia, el fragmento siguiente: "hola, mi amor, yo soy tu lobo, te he comprado un anillo, un pastel y un yo-yo". Si se la cantan a la persona que aman o gustaría amar, no se preocupen, éstas quedarán rendidas, embelesadas de amor y gloria. Pruébenlo, y luego escriban una carta a DM y me cuentan. Pero dejemos al gran Marsé escribiendo, mientras oscurece y suena en el escritorio, por decir algo, el saxo poderoso, granítico, como diría Cifu, de Sonny Rollins o Johnny Griffin.