Las jornadas de disfrute en Cabrera protagonizadas por los consellers Rafael Bosch y Gabriel Company, desveladas por Diario de Mallorca, han tenido un enorme protagonismo informativo durante la última semana, no sólo por el considerable grado de indignación que han provocado en la opinión pública sino por la reacción muy diferente de sus principales protagonistas. La clave del asunto está en que los altos cargos del Govern se trasladaron a Cabrera con medios públicos y se sirvieron de personal del parque dejándose agasajar con langosta y champán francés por los pescadores del lugar. No fueron los únicos, consta que otros particulares y responsables de cuerpos públicos también han recibido trato de favor en el lugar, tanto por parte de esta administración como durante la etapa del Pacto de Progreso.

Transcurrido el primer impacto causado por la revelación del asunto, las reacciones han sido bien diferentes por parte de los dos principales protagonistas. El conseller de Agricultura y Medio Ambiente, Gabriel Company, presume de que no piensa pedir disculpas e intenta desacreditar -inútilmente- las informaciones. El de Educación y a su vez portavoz del Govern, Rafael Bosch, ha tenido la dignidad de reconocer públicamente los hechos, admitir el error y prometer que no volverá a suceder algo similar, lo que implica además la desautorización de toda la estrategia intoxicadora de Company.

En una amplia entrevista concedida el pasado jueves a DIARIO DE MALLORCA, Rafael Bosch explica que ya se ha excusado ante sus compañeros del Govern y del partido pero, de cara a la opinión pública, entona el mea culpa y reconoce las equivocaciones cometidas. No obstante, Bosch insiste en justificar su estancia en Cabrera con el pretexto de la realización de un vídeo didáctico, y ese argumento sigue siendo insostenible para la práctica totalidad de los ciudadanos que han juzgado la actitud del conseller en las redes sociales, por lo que el asunto de Cabrera sigue comportando un problema de credibilidad y de reconciliación con la ciudadanía.

Por lo menos, el conseller Bosch "después de estar unas noches sin dormir demasiado bien", ha sabido emprender la ruta adecuada para intentar borrar, en expresión propia, la "imagen de bon vivant" que ha transmitido. Asuntos como el de hacer uso privado de Cabrera son siempre reprochables y contraproducentes, pero lo son todavía más si los protagonizan miembros de un Govern que pide sacrificios y aplica recortes de servicios esenciales a los ciudadanos, un día sí y otro también. No se puede ahorrar por este lado vital mientras se usan los medios públicos para disfrute de los miembros del Ejecutivo.

Ha faltado tacto, prevención y sensibilidad. El daño causado no podrá repararse de forma inmediata, especialmente ahora, cuando existe un alto grado de crispación social y de contestación a las políticas de ajuste. Prácticamente no hay acto público con asistencia de autoridades en el que no se evidencie esta realidad. Se ha vuelto a ver esta misma semana, en el Dijous Bo de Inca, con fuertes cordones de seguridad protegiendo a las comitivas oficiales, gritos de protesta, esta vez de los Bombers de Mallorca. Evidentemente, no podemos quedar enquistados en esta situación, porque deteriora la convivencia en alto grado y porque no constituye un signo de normalidad democrática.

Por eso es prioritario que los políticos, tanto de forma personal como colectiva, recuperen la confianza y el favor de la opinión pública a la que se deben y da sentido a los cargos que ocupan. Deberían tenerlo muy en cuenta en sus comportamientos, haciendo gala de la aplicación personal de los ajustes que pregonan y estableciendo lindes infranqueables entre lo público y lo privado. Rafael Bosch ha sabido entenderlo pidiendo excusas y haciendo claro propósito de enmienda. Ahora sólo cabe esperar que otros sigan su ejemplo. Es una práctica que todavía cuesta en exceso en esta tierra en la que demasiados caen en la tentación de convertir en pequeño coto privado el cargo público que ocupan por elección democrática.