Es ilusorio pensar que una huelga general seguida con amplitud "lo ha sido" y rematada con masivas manifestaciones vaya a cambiar el núcleo de una política económica que, al fin y al cabo, plasma, con los matices que se quieran, la que impone la troika a cambio de no dejarnos caer en el infierno. Pero sería irresponsable decir que aquí no ha pasado nada y no se toca nada. Los sindicatos han hecho lo que venían obligados a hacer para mantener un cierto control de la calle y evitar que la contestación social acabe siendo inmanejable. Se quiera ver o no, el sindicalismo español es, desde la Transición, posibilista y negociador. Ningunearlo, desacreditarlo o ponerlo contra las cuerdas lo llevaría a radicalizarse o, peor aún, a que la siguiente reacción social sea ya al margen de los sindicatos. En este caso, a rezar: en una bodega sin mamparos el corrimiento de carga acaba en naufragio.