Las quinielas más abundantes y los rumores más insistentes han acertado. En tiempos de estancamiento y disciplina no parece complicado tomarle la medida a la Nunciatura Apostólica: un obispo valenciano para no perder el hábito, un hombre cordial y próximo, sin excesos, capaz de romper un silencio dañado por el mutismo y con sobrada experiencia para domesticar una diócesis a la que no se le pueden negar complejidades, pero a la que probablemente también se le atribuyen más problemas y dificultades de las que realmente tiene. El nuevo obispo deberá actuar, situarse en tiempo y lugar. Se observará más si hace que si acierta porque eso, en definitiva, siempre es relativo. La diócesis, al igual que la sociedad civil, también necesita líderes. Y referentes estables.

Monseñor Javier Salinas Viñals llega a la cátedra de la Seu de Mallorca después de haber pasado por las de Eivissa, Tortosa y como administrador apostólico, Lleida. Valenciano de 64 años y criado en Sagunto, es obispo desde 1992. Se supone, por tanto que, a estas alturas, ni la mitra le deslumbra ni el báculo refuerza su ego. Pero, otra vez, deberá empezar por ganarse la confianza de unos diocesanos de los que, como desvela su carta de saludo, intuye muchas cosas y conoce más de lo que aparenta desde sus tiempos ibicencos y los enlaces de la hipotética y nunca reconocida conferencia episcopal balear.

La biografía del nuevo prelado le aporta cierta aureola de prestigio pastoral y vínculos intelectuales. Es licenciado en Ciencias de la Educación y Catequética. No son malas herramientas para la nueva evangelización que se pregona como imprescindible, aunque no basta con ello, porque tal tarea deberá posicionarse a nivel de las mujeres y hombres de hoy y de las circunstancias socioeconómicas que condicionan sus actuaciones. De lo contrario, Iglesia y sociedad continuarán con su interrelación mal avenida. Las responsabilidades que ha tenido monseñor Salinas en la Conferencia Episcopal Tarraconense, en las materias de su especialidad o las que sigue teniendo en la Española, en el Consejo Internacional de Catequesis o en el Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización pueden llevarle a la tentación de aferrarse en exceso al dogma, pero también le aportan una experiencia que, administrada con soltura, abre notables posibilidades de solvencia pastoral acorde con la realidad a la que se incorpora. De entrada, monseñor Salinas, por lo menos ha respondido al teléfono. Todo un alivio. Ha hablado, con cortesía y sin salirse del guión, de lo divino y de lo humano, que de eso también viven los obispos y sus diocesanos.

Más allá de la pastoral y de la espiritualidad fría y distante del "sed felices" de su predecesor Murgui -la comparación es inevitable para una sociedad que sigue recordando a Teodor Úbeda- Javier Salinas ha saludado a la diócesis haciendo referencia a los cambios sociales, a la diversidad y trabajo de la Iglesia local y a las carencias humanas del momento. Algo sabe del lugar al que va. Se encontrará con un clero que está a verlas venir, progresista de forma inversamente proporcional a la edad y agotado por desatención y fisuras, pero recuperable en parte. Por supuesto, el nuevo prelado deberá buscarse más informaciones y más apoyos que los de un Lluc Riera al que ya ha aludido y que no es precisamente punto de concordia. También se encontrará con una sociedad que, aún desde la apatía o la distancia, sigue interesándose por la Iglesia. Este es el potencial del rebaño del nuevo pastor.