El miércoles, día de la huelga general, el presidente del Gobierno declaraba paladinamente: "No tenemos alternativa. Hay gente a la que le gusta y a otra no". Y el ministro de Economía, De Guindos, portavoz del Ejecutivo frente a los huelguistas, manifestaba asimismo que el camino de la austeridad y la consolidación fiscal no tiene vuelta de hoja. Y el jueves, cuando los medios hacían balances de las movilizaciones de la víspera, Emilio Botín, el banquero de España, publicaba insólitamente un artículo en ´El País´ titulado "No hay plan B". Las fuerzas vivas creen, y lo remachan, que quienes protestan en manifestación o convocan huelgas generales para exigir un cambio de política pierden miserablemente el tiempo porque no existe opción alternativa.

Ésta no es del todo una falsedad pero, como mínimo, puede decirse que es una verdad a medias. Veamos. De entrada, es evidente que España, que pertenece a la Unión Europea y a la Eurozona por voluntad propia y con un consenso nada dudoso, no tiene más remedio que cumplir las condiciones establecidas por dichas instituciones. Quien se afilia a un club, ha de acatar sus reglamentos.

Pero las reglas de juego europeas no son inmutables ni sagradas y pueden evidentemente ser modificadas, siempre que se consiga una masa crítica capaz de ello. Y, frente a la estrategia actual, dictada por Alemania, habría otra perfectamente posible: la de dar preferencia al crecimiento, como hace EEUU, aunque en algunos años se incremente la deuda, que podría pagarse a tasas de interés muy bajas si se mutualizara, lo que a su vez requeriría una mayor integración política a corto plazo para resultar digerible. Alemania no tiene prisa y se niega a quemar etapas en pro de la eficacia.

Alemania, con un PIB de 2,8 billones de dólares, es el mayor país de la zona euro, con un PIB de 12,2 billones y al ser el primer contribuyente neto, impone lógicamente sus criterios... a menos que encuentre resistencias consistentes y haya de prestarse a negociar. Y en este momento, existe una convergencia de intereses entre Francia, Italia y España „5,2 billones de dólares del PIB en conjunto„ que podría plantar cara a Alemania y forzar una hoja de ruta diferente, tendente a atajar la recesión, a estimular el crecimiento y a poner fin cuanto antes al sufrimiento de las comunidades nacionales que luchan contra un desempleo insoportable y una merma inadmisible de sus sistemas de previsión social.

No es cierto, en fin, que no haya ´plan B´. Y hay todavía otros planes intermedios, perfectamente viables, como sería por ejemplo el de incrementar sensiblemente el presupuesto comunitario „hoy de poco más del 1% del PIB, frente al 20% del presupuesto federal norteamericano„ para que pudiera ser aplicado a inversiones que estimularan la economía, desarrollaran las grandes redes de infraestructuras aún pendientes y activaran, en fin, la vetusta maquinaria económica comunitaria.

Hay varios "planes B", en definitiva. Lo que falta es imaginación y arrestos para emprenderlos. Falta ímpetu político, imaginación creadora y calidad personal en las personalidades públicas que están al frente de los destinos de Europa.