Los objetos no sólo superan en importancia a su aplicación, según demuestran los diseños de Apple tan parecidos a la estética Braun, sino que han suplantado las funciones del artefacto en cuestión. La necesidad de una tableta antecede a su utilidad. Forma parte del vestuario, que los adultos orientan hacia el mantenimiento artificial de una eterna juventud. Sólo así puede entenderse la alegría temeraria que han desplegado los amos del universo, a la hora de manifestarse sin tapujos en correos electrónicos cuyo eco ha vuelto para condenarlos a la dimisión, al sonrojo o a la cárcel.

El tópico "recuerdos imborrables" ha alcanzado su máxima expresión en la era electrónica. Cada invocación de la privacidad contribuye a su desmoronamiento. Puede tratarse de un fenómeno espontáneo, pero acelerado sin duda cuando Urdangarin y su entorno, los políticos corruptos, los ejecutivos de Wall Street o el director de la CIA se desnudaron en estrepitosos correos electrónicos con la ligereza de adolescentes. Dicho sea con perdón, porque un quinceañero conoce de sobras la proyección de sus intercambios en red. En cambio, el adulto con un pasado en papel, se siente rejuvenecido al violar los códigos de su actividades legales o corruptas. Le inunda la camaradería, la facundia es un capítulo más del espíritu que le conduce a pasear por la ciudad con alpargatas deportivas.

La perogrullada de que el correo electrónico deja rastro, adherida a los ordenadores con la tipografía de "Fumar mata", hubiera evitado ridículos extravagantes. Nadie responde con extrañeza al dudoso comportamiento de Goldman Sachs durante la crisis económica, pero sorprende que sus máximos ejecutivos se felicitaran en el tráfico electrónico de los beneficios que iban a obtener con el hundimiento del mercado inmobiliario. Las menciones al Rey y a La Zarzuela en los correos electrónicos de Urdangarin provocan mayor estupefacción que la corrupción en el seno de la Familia Real. En la variante mallorquina del caso Gürtel, un ejecutivo de la constructora de Florentino Pérez se refiere a "FP" con jovialidad asombrosa, en los e-mails dirigidos a un integrante de la trama con el que no mantiene un grado de familiaridad excesiva. Y los intermediarios bursátiles de Wall Street se burlan en sus correos de la credulidad de clientes a quienes han endosado productos tóxicos.

Los autores de las confidencias electrónicas no sobresalen por su locuacidad. Al contrario, su inaccesibilidad y circunspección otorgan un celo adicional a sus manifestaciones habituales. Están entrenados para no dejarse arrastrar por las confidencias en un restaurante, ni siquiera después de la botella de vino. El milagro sucede vía e-mail, en aplicación de los mismos criterios mediante los que una sociedad descreída otorga facciones mesiánicas a Steve Jobs. A continuación, la gravedad del chantaje no exime de una cuota de responsabilidad al chantajeado.

La obligación de la sinceridad electrónica no respeta ni las fronteras de la autoinculpación. Así ocurre en los ejemplos citados. En la apreciable novela La marca del meridiano, que le ha merecido el Planeta a Lorenzo Silva, se describe una operación policial resuelta en menos de una hora desde su concepción, gracias a la información sobre sus delitos que el criminal aportaba públicamente y sin ocultar su identidad. La clave reside de nuevo en la necesidad perentoria del exhibicionismo. El condecorado general y director de la mayor fábrica de espionaje de la historia, que le refresca a su amante el sexo que practicaron bajo la mesa del despacho en un vehículo electrónico expuesto, se siente tan liberado como al vestir una camisa floreada.

En su inconsciencia, Petraeus colocó a la CIA a un paso de hackers poco experimentados, como si los electrones se los llevara el viento. El FBI siguió las migajas de los correos eróticos para certificar que no se había vulnerado el santuario de los espías. Mientras el grafómano virtual cita en su apoyo a reyes o emperadores financieros que se verán implicados en causas ajenas, el destinatario de los e-mails suele mostrarse más calculador en el aprecio del tesoro que recibe, y que empleará en el futuro como un seguro de vida. Frente al coro de plañideras que lamenta la extinción de los epistolarios tradicionales, jamás se había escrito tanto y tan descarnado. La vida se hará aburrida por exceso de pruebas.