En la dinámica de las sociedades se suceden períodos de estabilidad y momentos de ruptura. Las rupturas y las reformas, que se diferencian básicamente en la intensidad con la que se acomete el acceso a otro estadio, no se producen espontáneamente, sino que son fruto de la evolución de las ideas, de la técnica, de la distribución de la riqueza, de la dinámica social, de la confrontación con otras sociedades. Todos estos elementos van cebando el mecanismo del cambio, aumentando la tensión del muelle, acumulando la energía social que en un momento determinado, gracias a un desencadenante, hace posible la disipación de la energía y la distensión social. Ejemplos son el atentado de Gavrilo Princip en Sarajevo contra el archiduque Francisco Fernando, heredero del Imperio Austrohúngaro que provocó la primera guerra mundial; el golpe de estado contra Gorbachov que desencadenó „quitó las cadenas„ la desaparición de la URSS; el ataque a las torres gemelas del 11de Septiembre de 2001 que dio paso a la invasión de Afganistán e Irak; o el suicidio de un joven desempleado, Mohamed Bouazizi, en Túnez, que dio origen a la llamada primavera árabe, que ha cambiado ya el sistema político en Túnez, Egipto y Libia; y a la guerra civil en Siria. Algunas veces un suceso nimio a escala social pero absoluto a nivel individual, una muerte, desencadena acontecimientos históricos.

Estos días podemos contemplar el uso de este procedimiento en el Tibet, donde ocho monjes budistas se queman a lo bonzo como protesta contra el despotismo asiático de China. Aunque la manera de afrontar la muerte es diferente en oriente y en occidente. Para los budistas no es sino una transición; sin acabar con el deseo no se puede acabar con la interminable cadena de la metempsicosis y acceder al nirvana; el mismo Gauthama aceptó y perdonó el suicidio. Los terroristas islámicos basan su fe en la victoria sobre occidente en que a ellos no les importa morir, tienen asegurado el paraíso con sus huríes mientras que para nosotros, laicos, huérfanos de fe, la muerte es el abismo de la nada, la pérdida absoluta, lo que más tememos. Es decir, en oriente el suicidio puede convertirse, en un desafío personal, en un arma política, mientras que en occidente „obviemos las patologías depresivas„ es un escape desesperado ante los hachazos de la vida. Pero también puede tener consecuencias políticas involuntarias, como hemos visto en los dos casos de suicidio por desahucio. Lo que no habían conseguido la desesperación de los

desahuciados, ni el 15M, ni el 25S, ni las reclamaciones de IU o UPyD, lo han conseguido las dos muertes: que un PSOE que desde 2007 ni se había inmutado ante el drama de la pérdida de la vivienda, que un PP que sólo había ofrecido buenas palabras y un inútil código voluntario de buenas prácticas para los bancos, se apresten a tomar medidas contra reloj para paralizar los desahucios y preparar cambios en la ley Hipotecaria, en vigor desde 1909, la más dura de Europa, que consagra el desequilibrio contractual siempre a favor de las entidades de crédito. ¿Por asunción del terrible drama que representa la muerte? No, por temor a que se produjeran más muertes y, con ello, una mucha mayor rebatiña de votos que acabara de una vez con sus privilegios. El mensaje implícito que nos envían es estremecedor: del búnker no nos apea nadie si no es con muertos.

Cuenta la leyenda apócrifa que en la sede de uno de nuestros principales bancos „alfombras persas, maderas nobles, cuadros valiosos, comedor y cocinero privado (los banqueros no comen en restaurantes)„, que, por cierto, se jacta de no haber llevado a cabo procedimientos de desalojo dramáticos, cuyos dirigentes son socios del Opus Dei, antes de cada reunión del consejo de administración se rezaba un padrenuestro. Hasta que un vocal invocó su incomodidad al tener que pronunciar el "perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores". Se suprimió el padrenuestro. Entre Dios y el dinero siempre ha ganado el dinero, que es el verdadero dios de los codiciosos. Ahora, cuando la rabia de los ciudadanos se concentra en ellos por su criminal expolio, por la irritante imperturbabilidad con la que han ido estafando y desposeyendo legalmente a los desposeídos, convirtiéndoles en esclavos de por vida, cuando la muerte de algunos hace emerger a la vista de todos la inmoralidad sobre la que está construido el sistema, se han adelantado a la clase política paralizando los desahucios y reclamando medidas. Ya es tarde para que no merezcan todo nuestro desprecio. ¿Hasta qué grado de sufrimiento nos llevarán antes de que se desencadene el cambio?

En fin, que en medio de toda esta convulsión, crisis, paro, emigración, juventud sin futuro, desigualdades, pobreza, suicidios, resurge de nuevo entre nosotros la infamia de la corrupción, en este caso de la financiación ilegal del PP en Balears con figuras tan gastadas como Jaume Matas, el exdelegado del gobierno de Rajoy, Rodríguez, Mabel Cabrer y otras hasta ahora intocadas, como la del elegante y atildado Pere Rotger, presidente del Parlament. O el escarnio del disfrute patrimonial de Cabrera con comilona incluida de langosta, bendecida con Moët Chandon, del relamido conseller Rafel Bosch y del „este sí que sí„ "mallorquín de pura cepa", Biel Company, justificado de forma genial con la excusa de la filmación de un documental pedagógico. ¡Insuperable! Y a todo eso, el imputado por corrupción Rodríguez, el paradigma del burócrata clientelar, apoyado por la inmensa mayoría del Partido Popular en Palma „¿hay alguien decente ahí?„, presentándose otra vez para presidirlo. ¿Es que no tienen vergüenza?