Nueve y cuarto de la mañana. Radio Nacional de España anuncia que cierra la sección de servicios mínimos y pasa a ofrecer entrevistas antiguas. IB3 sólo da música. La SER parece que sigue como siempre, con los anuncios de todos los días, pero al poco una locutora lee un comunicado de los trabajadores de la cadena diciendo que la huelga es justa y necesaria. Una paradoja, pues: si los periodistas van a la huelga, las noticias no se difunden y si algo deja de contarse en este mundo mediatizado en el que vivimos, también deja de existir. Por eso hablan en la radio.

Nueve y media. He firmado la huelga en mi facultad, por más que las normas no permitan preguntarle a nadie si quiere sumarse a un paro; ya se verá cuando llegue el turno de ir al trabajo si aparece o no. Pensé hace días en dedicar la clase a resolver dudas pendientes pero las medias tintas no llevan a ningún lado: si hay que hacer huelga, se hace. ¿Y esta columna, que no da noticia alguna? ¿No es acaso un cometido laboral por el que me pagan? ¿En qué se distingue de cualquier otro trabajo?

Sacar a los perros a que corran no es un curro, ni remunerado ni sin remunerar, así que igual que todos los días -un poco más tarde, eso sí„ me los llevo al monte que rodea la UIB. Cuesta trabajo llegar hasta allí porque entre los piquetes y la policía local están montado un atasco considerable. Mientras espero a que podamos seguir el camino oigo la radio. Entrevistan „en charla enlatada pero de lo más pertinente„ a Sebastián Mora, secretario general de Cáritas, y sus palabras son la mejor banda sonora que se pueda imaginar para la huelga: no se trata sólo de dar de comer a quien no tiene nada que llevarse a la boca. Los que pasan por un bache, los necesitados sin futuro previsible, los miserables, los mendigos son todos ellos personas que quieren sobre cualquier otra cosa que les escuchen, que alguien se tome la molestia de oír sus historias.

La huelga no servirá para mucho; puede incluso que no sirva para nada, más allá de la necesidad de decir que ya basta. Pero oyendo las palabras del secretario de Cáritas he entendido que eso es muy importante; es más, puede llegar a ser lo único importante cuando todo el resto se desmorona. Estamos ya como en los años 50, por mucho que haya políticos que lo nieguen: sometidos a voluntades sobre las que no decidimos si queremos o no que nos gobiernen. Vacíos cada vez más de una sanidad y una educación digna cada una de ellas de llevar el adjetivo de pública junto al nombre. Sujetos a la condición de un número en las estadísticas que empeoran mes tras mes. Eso hay que decirlo; cada cual en la medida en que pueda. Así que el derecho a la huelga como columnista no me asiste; ni siquiera cuando la cuartilla es un compendio de lugares comunes que todos nos sabemos de memoria. El que te escuchen va a ser el último de los privilegios por el que habrá que esforzarse.