Mientras Angela Merkel era una honrada y terca canciller con algo de gobernanta de casa de salud todo iba bien: países y ciudadanos aceptábamos que estaba al frente de la casa por ser su principal financiadora y acreditar sentido común en la administración. Ella disponía, con cierta desgana, las sesiones de terapia, incluidos manguerazos de agua helada y electroshock, manteniendo el orden en los espíritus y en las cuentas. Lo malo es que tanta opinión en contra, tanto decir que es mujer terrible, tal miedo a lo que diga y haga, puede hacerla creer en el papel de cirujana de hierro, de tanta tradición en su país. Si todos lo dicen, ¿por qué no? Así, de fuera a dentro, han nacido muchos iconos políticos, y las actitudes sensatas y vacilantes, propias del buen dirigente democrático, acaban sucumbiendo al rol providencial que el público le ha escrito y del que ya no habrá quien le apee.