En el discurso de Artur Mas, que combina pasión soberanista y fervor europeísta, hay una contradicción en los términos, pues el genuino europeísmo implica un perfil bajo de la idea de soberanía, destinada a diluirse en una estructura política de tres o cuatro escalones (lo local, lo regional, lo nacional, lo europeo) en los que la soberanía quede distribuida y abolida como concepto absoluto.

¿Estaría dispuesto Mas a entregar a ese destino de difuminación una soberanía por la que alza la voz hasta engolarla en un timbre heroico? Esta es la cuestión que pone en crisis su discurso, y que, junto con lo impremeditado del empeño, surgido de la noche a la mañana, como una visión tras la manifestación del 11S, alimenta la sospecha de que se trate de una impostación, de un decorado, de un paisaje de cartón piedra. Pero, ojo, en materia de patrias muchas veces un pastiche crea realidad.