Anda el personal preguntándose de qué va en realidad el pulso soberanista planteado por Artur Mas como un órdago a la grande, que convocar elecciones con ese telón de fondo no es otra cosa. Los carteles de la campaña recién abierta muestran al candidato en plan péplum, retratado como si de tratase de un Moisés mirando para la tierra prometida que, por cierto, queda a su derecha „cosa coherente y eficaz, porque un nacionalismo de izquierdas es un oxímoron. No se puede deducir de ello si estamos ante una superproducción de Bollywood en plan Los Diez Mandamientos o si la cosa va de Braveheart. Pero cuando más mosqueados se mostraban los comentaristas, y en particular los proclives al mensaje de la independencia, ante la posibilidad nada remota de que se trate de salvas de fogueo en busca de un concierto económico a la vasca, va Jordi Pujol y termina de arreglarlo. La culpa la tiene la corona que, al decir de don Jordi, impide la negociación entre Madrid y Barcelona. El rey es el obstáculo.

¿Negociación? Pero, ¿de qué negociación estamos hablando? Si de lo que se trata es de plantear un nuevo Estado, europeo o no, pocas negociaciones hacen falta para eso. Lo primero es que los catalanes así lo decidan, y hay que ser muy obtuso para pensar que no tienen un derecho del todo legítimo a expresarse en las urnas de manera directa, sin propuestas ambiguas. Si optasen por independizarse, de nada iba a servir lo que dijese un Jefe del Estado más bien protocolario como es el rey, sujeto del todo a lo que el Gobierno le hace decir. Muy español se muestra el ex-president de la Generalitat al creer que el problema viene de ahí. Coincide del todo con los próceres mesetarios que piensan que lo mejor para que los estudiantes estudien y aprendan es quitar el latín de la lista de las asignaturas vigentes. Leña a lo antiguo, vamos.

La queja de Jordi Pujol abunda en los temores de los verdaderos partidarios de romper la baraja y pone de manifiesto que todos los componentes del artilugio „los carteles al estilo de Charlton Heston, las amenazas del sí pero no, los mensajes poco claros„ van en realidad de lo mismo que siempre: de llevar en la mano más cartas a la hora de meterse en la siguiente apuesta o negociación, si se quiere. Pero el problema viene de aquello que nos recordó Oscar Wilde: quien se disfraza una vez y otra de fantasma termina arrastrando cadenas por los pasillos a la que llega la noche. A fuerza de decir que viene el lobo, en una de esas resulta que llama ya a la puerta preguntando si la abuelita está en casa. Podemos vernos, pues, en la situación de haberle obligado al rey a callarse, al latín a volver a su virtud de lengua olvidada, a Convergència i Unió a gestionar su mayoría absoluta volviendo así de nuevo al punto de partida sin que se sepa demasiado hacía dónde, más allá del sendero de la derecha, nos encaminamos. No estoy seguro de que la culpa de eso la tenga la Zarzuela, ni el latín, pero debe ser que en el fondo yo soy muy raro.