Xavier Vidal-Folch contraponía en un artículo reciente la recesión europea con la expansión, todavía discreta, de los Estados Unidos, que crecen a más del 2% con un paro del 7,8%, alto allá, envidiable según nuestros baremos. El periodista planteaba la evidencia de que estamos mejor en Europa con Obama porque al menos podemos contar con demanda proveniente del otro lado del Atlántico, pero el contraste podría aprovecharse también para preguntarse por qué Europa no sigue los pasos de los Estados Unidos, que de momento han salvado la crisis sin tanta sangre, sudor ni lágrimas como en este lado del Atlántico.

Porque la situación aquí, lejos de remontar, profundiza en el círculo vicioso habitual. El informe oficial de la Comisión Europea publicado el miércoles pasado afirma que la economía española caerá un 1,4% en 2012, lo mismo que el próximo año (en vez del 0,5% previsto por el Gobierno en el cuadro macroeconómico de los Presupuestos del Estado) para remontar discretamente -el 0,8%- en 2014. Todo ello con un déficit del 8% este año (en vez del 6,3%), del 6% en 2013 y del 6,4% en 2014 (y no del 2,8% a que se ha comprometido el Gobierno). Y la razón del empeoramiento de los datos es la recesión europea.

En efecto, según la misma fuente, el PIB de la Eurozona retrocederá un 0,4% este año (un 0,3% toda la Unión Europea) para estancarse en 2013 (crecerá un 0,1%) y repuntar en 2013 (el 1,4%). Lógicamente, esta situación afectará muy negativamente a España, cuyo sector exterior es el que impide por ahora un derrumbe todavía mayor de nuestra economía, cuya demanda interna ha colapsado materialmente.

El comisario Rehn no hizo demasiada sangre al presentar estos datos, ni quiso opinar sobre la conveniencia de que España pida el rescate de inmediato para abaratar los costos financieros que comporta la creciente deuda. Pero sí manifestó que España no podrá poner fin en 2014 a la subida del IRPF „el "recargo de solidaridad" lo llamó Rajoy„ como deseaba el presidente del Gobierno. Y dio a entender que nuestro país deberá efectuar más ajustes para evitar que el déficit se dispare hasta hacer la deuda inmanejable.

Ante estos datos, es difícil no experimentar pesimismo. Porque, de un lado, es claro en las actuales circunstancias que más recortes -más medidas procíclicas- nos hundirán aún más en la recesión irremisiblemente. Y, de otro lado, Europa ha abandonado completamente cualquier idea de cambiar de estrategia, de intentar aplicar políticas de crecimiento. Incluso los Veintisiete andan a la greña al planear los presupuestos comunitarios de los próximos siete años ya que los países del Norte pretenden reducirlos, pese a que se mantienen en el ridículo nivel del 1,2% del PIB.

Si Europa (o la Eurozona) fuera una verdadera federación, con un ente federal que gestionase el 20% del PIB como el estadounidense, podría pensarse en un plan de expansión promovido desde Bruselas y con bastante entidad para poner fin a la recesión y estimular un rápido retorno al crecimiento. Pero estamos muy lejos de este objetivo, por lo que nuestra pertenencia a ese magma que es Europa tiene todos los costes del federalismo y nunguna de sus ventajas.