Por estas fechas, cada cuatro años, suelo reclamar mis derechos, en concreto el de votar en las presidenciales de EE UU, aunque sea con un voto reducido o, incluso, simbólico. Si el candidato a presidente de un país que tanto influye en nuestras vidas hubiera de ocuparse algo, por poco que fuese, en recaudar votos fuera de las fronteras nacionales, no tendría más remedio que conocernos y prometernos algo, y nosotros, al votarle, igual. Yo ayer voté por Obama. Incluso si no hubiera coincidencias programáticas o ideológicas y Romney no me pareciera un cantante rancio, votaría en todo caso a Obama por ser afroamericano y porque su reelección confirmaría que hay un país en el mundo que de forma práctica ha sabido superar la discriminación por la raza, para que los que presumimos tanto de no ser racistas podamos mirarnos en ese país y aprender.