Oía la radio en la madrugada de ayer, justo cuando Barack Obama había llegado ya a los trescientos compromisarios que le aseguraban un margen cómodo para la reelección, y todo eran fiestas. Se diría, oyendo a los comentaristas, que la política de los Estados Unidos interesa más que la de España, tal vez porque en este reino no se hace política ya. Con todos los defectos que nos complacemos en señalar, Estados Unidos tendrá un presidente que, en estos últimos y muy difíciles cuatro años, ha sabido poner en marcha medidas de reactivación de la economía, crear millones de puestos de trabajos en el sector privado y mantener el crecimiento de su país por encima del 2% anual. Con todas las lacras que nos atrevemos a criticar, el poder del Despacho Oval se verá limitado por un Congreso en manos republicanas y, a su vez, el boicot de la oposición al gobierno de Washington contará con el freno de un Senado que sirve para mucho „qué envidia„ dominado por el Partido Demócrata. ¿Y aquí?

Aquí dan ganas de llorar cuando, medida tras medida, decreto tras decreto, presupuesto tras presupuesto, seguimos el camino exactamente contrario. Los neoliberales se vuelven feroces partidarios de la subida de impuestos. Los socialdemócratas se pierden en combates en los cerros de Úbeda mientras el tejido económico, cultural y ciudadano se destruye y, con él, desaparecen las principales columnas del Estado que con tantos esfuerzos se llegó a construir.

El último invento va de la privatización de los hospitales públicos bajo el argumento, bien peregrino, de que los médicos no son funcionarios. ¿Cuándo lo fueron? Las ruedas de molino que nos obligan a tragar dicen ahora que las camas en la sanidad privada son más baratas que las de la pública. Claro que sí. Cuando los enfermos están tan graves como para seguir internados en la clínica privada más allá del tiempo en que son rentables, se envían al hospital público.

Me pregunto qué sucederá con ese pase mágico cuando no haya ya hospitales dignos de tal nombre. Lo que pasará con los enfermos, lo sabemos todos.

Pero la cuenta de la vieja que ha sustituido aquí a la política mantiene la subvención a la Iglesia (católica, claro), a las televisiones digamos públicas que nadie ve, a las decenas de miles de cargos de confianza. Curioso episodio el de la madrugada del miércoles, con locutores, entrevistados y contertulios bajo el embrujo de la euforia, lanzando las campañas a su baile más sonoro porque Obama ha ganado un segundo mandato. ¿Y cómo lo ha logrado? Pues gracias a que los estadounidenses, tan bobalicones, ignorantes e infantiles ellos, le han votado. Aquí no sucede eso, por lo visto. Nosotros no votamos y, si lo hacemos, el resultado lleva implícito como gran recurso político a que el sus señorías los diputados en Cortes no se les vaya a entregar otro iPad si pierden el que tenían. Para mí que, refiriéndonos a uno y otro lado del Atlántico, al hablar de política no estamos hablando de la misma cosa.