Puesto que los trabajadores asalariados somos los grandes responsables de la crisis global que nos aqueja, quienes más nos hemos enriquecido con ella y los que más disfrutamos sus ventajas, no es extraño que quienes administran los conceptos trascendentes del bien y del mal nos castiguen con una reducción sustancial de las festividades que, a lo largo de año, daban rienda suelta a nuestras inclinaciones hedonistas, auténtica lacra que lastraba seriamente al sistema productivo. Como es conocido, los funcionarios ya fueron puntualmente obligados a trabajar más horas y con menos días de libre disposición.

Rajoy, siempre obediente a los dictados alemanes, no podía hacer oídos sordos al requerimiento de la señora Merkel, quien en alguna campaña electoral nos había afeado a los españoles tanta holganza, el disfrute de nada menos que catorce fiestas anuales y de unas vacaciones más largas que el resto de los europeos. Y el Gobierno ha anunciado ya inminentes decisiones. Como es natural, una de las fiestas que probablemente desaparecerá es la de la Constitución.

Sucede sin embargo que, aunque es cierto que España tiene 14 fiestas, al igual que Malta, y que sólo Chipre, con 15, nos aventaja en Europa, nuestro país está en cabeza de Europa en el número de horas anuales trabajadas. Según el Employment Outlook 2010 de la OCDE, en España se trabajan 1.654 horas en promedio, por 1.390 de Alemania (cifras de 2009). Un estudio de Reuters del año pasado sitúa a España en cuarto lugar del mundo en horas de trabajo, por detrás de Corea del Sur, Estados Unidos y Japón, y por delante de todos los países de la UE.

En lo tocante a las vacaciones, los trabajadores españoles tienen un promedio de 22 días, en una posición intermedia en la UE, por detrás del Reino Unido, Austria, Suecia, Finlandia, Dinamarca o Malta, y por delante de un grupo de países formado por Italia, Alemania, Bélgica, Suiza, Holanda, etc., que tienen 20. Bien es verdad que los alemanes que tienen empleo estable disfrutan de unas vacaciones de 29,1 días de promedio.

El problema español no es, por tanto, de holganza excesiva o de escasez de horas de trabajo sino de falta de productividad. El mencionado estudio de Reuters describe nuestra situación plásticamente: lo que un español hace en 1.775 horas, un alemán es capaz de hacerlo en 343 horas menos. Y esta carencia no se corrige incrementando las horas de trabajo sino invirtiendo en formación y en investigación y desarrollo.

En España se trabaja, en fin, demasiadas horas, lo que incide en el rendimiento, perjudica la conciliación, incide negativamente en la industria del ocio, impide la realización personal de los trabajadores, etc. De nada servirá, pues, la incordiante medida gubernamental si siguen las políticas de recorte en educación y en I+D+i. En definitiva, el Gobierno no atina cuando señala como causantes de la crisis a los atribulados trabajadores: más bien debería mirar su propio ombligo puesto que su incapacidad para establecer las verdaderas preferencias, aun en tiempos de crisis, es la causa de sigamos cayendo en el pozo de la recesión, sin el menor horizonte ante los ojos.