Hace cuatro años, cuando Obama llegó a la Casa Blanca mientras George W. Bush la abandonaba, era manifiesto „como lo sigue siendo hoy„ que los republicanos, adalides de la derecha financiera internacional, habían lanzado la globalización al abismo. La recesión fue la consecuencia del crash financiero, fruto de la avaricia de las elites que, aprovechándose de la desregulación que les daba carta blanca, habían abusado hasta más allá de lo descriptible de la confianza de los actores económicos. La quiebra de Lehman Brothers, el 15 de septiembre de 2008, pasó a la historia como el cenit de la gran sinrazón que sumió a Occidente en una dramática coyuntura bastante parecida a la de 1929, también consecuencia a la ausencia de normas en el sistema bancario americano. Conviene señalar que los países que más fielmente reprodujeron los esquemas de Reagan-Thatcher, más han sufrido en este proceso, y sus sociedades se han vuelto más duales, con unos ricos cada vez más ricos y una clase media cada vez más en precario. El reaganismo, en concreto, produjo el estancamiento de las rentas medias en los EE UU durante quince años, aunque los indicadores de crecimiento fueran brillantes; el ultraliberalismo no benefició a las clases medias sino que se limitó a enriquecer a quienes ya eran ricos.

Ahora, Romney ha basado su campaña en el mantra de unas nuevas políticas contractivas, de consolidación fiscal basadas en la reducción del gasto público y en la bajada de impuestos a los ricos; medidas que con toda probabilidad arrasarían la débil recuperación americana „el país registra todavía pobres crecimientos del orden del 2% y padece un paro excesivo para lo que es normal en EEUU„ y sumirían al gran país en dificultades semejantes a las que experimenta Europa y que la conducen hacia ninguna parte.

Pero, además, Romney representa todos los valores reaccionarios que ya no tienen audiencia ni siquiera en la vieja Europa. Como acaba de escribir Joseph E. Stiglitz en referencia a los principios que inspiran a Romney y a su compañero de candidatura Paul Ryan „conspicuo representante del Tea Party„, a estas alturas "todos los países avanzados reconocen por ejemplo el derecho a una atención sanitaria asequible, y la ley propuesta por Obama al respecto representa un paso significativo en esta dirección. Pero Romney ha criticado este esfuerzo y no ha ofrecido nada en su lugar". Los valores de Obama son, en fin, los del progresismo global, que ya se ha consolidado, más allá de los estrictos márgenes ideológicos, en todas las regiones democráticas del globo.

Ante estas evidencias, y otras más de igual entidad, no es extraño que Obama registre cotas extraordinariamente altas de popularidad en Europa, Japón, China, países árabes, etc., con la única excepción de Israel, donde Romney logra más simpatías (aunque los judíos norteamericanos apoyan a Obama). Sin embargo, como es bien patente, los ciudadanos del mundo no podemos votar hoy en las elecciones de EE UU, pese a que en ellas se decide también nuestro futuro. Muchos asistimos, pues, al gran espectáculo de la democracia de EE UU con el alma en vilo, como quien contempla las decisiones del Destino y la Fatalidad sin poder hacer nada por evitarlas. En definitiva, no podemos más que que confiar en que la sociedad más desarrollada de la tierra no cometerá el colosal error de apostar por la reacción y no por el progreso.