Una compañía de imagen y sonido cuyo lema juega con el adjetivo "imaginario" presenta un soporte para libros digitales. Y, con el fin de hacer más atractivo el artefacto, promete "una experiencia de lectura tan natural como una hoja de papel". ¿No resulta paradójico recurrir al libro tradicional para anunciar un objeto que, precisamente, pretende sustituirlo? Maravillas de la publicidad: afirmar algo incierto, y afirmarlo con tanto descaro que incluso haga gracia. La lógica llevaría a detallar las ventajas del dispositivo electrónico sobre el método de siempre; la más evidente, la facilidad de transporte de varias (incluso muchas) obras en un soporte pequeño y ligero. Pero el ardid publicitario, como la poesía, prefiere explorar caminos menos obvios. Claro que hay que ir con cuidado; porque si la experiencia "más natural" es leer un libro pasando páginas de papel, a lo mejor algún posible comprador de la tableta coge el rábano por las hojas y prefiere lo natural a la ortopedia de darle a la pantalla táctil. Ojo con los elogios mal calculados.

¿Qué oculta y persistente atracción existe entre un charco y un niño pequeño? ¿Hay un momento de felicidad más simple y libre de adherencias que el encuentro de esas dos entidades? Casi todo cambia con el paso de los años, pero los charcos conservan intacto el viejo atractivo de siempre. Incluso tienen más, diría yo. Porque los niños urbanitas de hoy crecen en un entorno tan poco estimulante, tan higienizado, tan regulado en horarios y actividades, tan civilizado, en suma, que las inocentes transgresiones cotidianas que antes ponían sal y pimienta a la vida infantil han desaparecido; tal vez por eso cuando esos niños llegan a la adolescencia necesitan saltar al otro extremo con ansia desaforada. Para los críos apenas hay proezas que abordar, y una de las pocas que aún tienen a su alcance es meterse con las botas de goma en un buen charco. Es un espectáculo delicioso, y más si se participa en él a cierta distancia con el recuerdo.

Nuevo y peligrosísimo efecto de la crisis: los españoles cada vez pasamos más tiempo ante el televisor. En octubre la media nacional superó las cuatro horas al día; poco menos de cuatro fue la de Balears. En vista del panorama televisivo, y descartando que toda España tenga acceso a la televisión privada, la conclusión es demoledora. Y lo que es peor: no augura nada bueno el que estemos ante una tendencia ascendente. En cinco años, justo desde que se inició la crisis, el consumo televisivo ha aumentado en media hora diaria. No quiero ni pensar qué nos espera como esto vaya para largo. La señora Merkel, pitonisa de cierta fiabilidad, dijo el otro día que a este guiso en que hacemos chup-chup le quedan cinco años más. ¿Se imaginan?

Obama ha sustituido el "Yes, we can" por "Forward", "Adelante", un lema que suena a banco español. De la asertividad a la fe ciega.