El proyecto de ley „o anteproyecto, o borrador, o como se le quiera llamar„ de Convivencia pone muy bien de manifiesto lo difícil que es poner puertas, mediando normas, al campo. Cae por su propio peso que los profesores, los notarios, los jueces y hasta los mecánicos no han de dejar que las posiciones personales, familiares, corporativas, políticas, clientelares „así, hasta agotar el diccionario„ tergiversen su necesaria neutralidad. Pero llevar ese principio a los casos prácticos discutiendo, como se ha hecho en los foros interesados, el diseño de las camisetas que pueden lucirse en clase demuestra lo cercana que queda en este caso la pendiente resbaladiza del ridículo. Los tuiteros tienen razón: menos mal que notarios y jueces van de corbata, aunque cabría, no obstante, mantener sospechas acerca de su dibujo y color. Antes, los mecánicos llevaban una especie de uniforme azul. Felices ellos.

A menudo las leyes se hacen para resolver un problema y lo que hacen es, además de dejarlo intacto, abrir la puerta a media docena de conflictos más. ¿Posiciones personales? Dentro de la antropología, que es la materia que explico yo en clase, apenas hay hipótesis que no responda a una elección personal. ¿Cuestiones políticas? Dios le libre al profesor de derecho público o privado de olvidarse del contexto que marca la democracia, un asunto político donde los haya. ¿Asuntos familiares? Repásense los nombres de las sagas de los catedráticos.

Pero todo eso existía ya con la libertad de cátedra. ¿Supone que un profesor de geografía puede sostener en sus clases que la Tierra es plana? ¿Ampara al astrofísico empeñado „si es que hay alguno„ en que el centro del universo es nuestro planeta? Por supuesto que no; se trata de aplicar el sentido común y no un decálogo de preceptos de obligado cumplimiento.

El principal problema que tenemos planteado hoy respecto de la convivencia no es legal sino de falta absoluta de cortesía y modales. A poco que nos comportásemos de forma más civilizada mostrando educación, respetando a los demás, cumpliendo con los compromisos y manteniendo las promesas, la vida se volvería de golpe mucho más fácil para todos sin necesidad de vestirnos de forma alguna en especial, e incluso si fuéramos desnudos. De eso debería ir la enseñanza y no de una herramienta útil para el adoctrinamiento, tal y como sucede en casos por desgracia bastante numerosos. Pero qué duda cabe que para poder educar de manera tolerante es necesario estudiar latín antes que economía, álgebra más que historia del ombligo propio. De hecho, nos hemos metido por el sendero opuesto y así nos va: teniendo que legislar acerca de las opiniones vertidas en clase. No quiero ni pensar en lo difícil que será en adelante, si la ley prospera, hablar de la conquista de América, del sistema copernicano o de los neandertales. Siete por siete, cuarenta y nueve, sí, pero sin comentar aquello de las manzanas y las peras que soltó la señora Botella.