Caen chuzos de punta. El auge del secesionismo en Cataluña, solamente atemperado por la divulgada carta de la comisaria de Justicia de la UE, Viviane Reding; las próximas elecciones. La marea nacionalista en el País Vasco. El hundimiento del PSOE en Galicia. El cuestionamiento del sistema político. La corrupción cuyos tardíos efluvios emergen todavía en Balears. Y la crisis, la inacabable crisis que amenaza con llevárselo todo por delante, como un tsunami lento pero implacable.

Se han estimado en unos 400.000 los procesos de ejecución hipotecaria desde que comenzó la crisis. De enero a junio la justicia ha autorizado el desa-lojo de 37.000 inmuebles y se han iniciado 48.000 procesos de ejecución. Pero eso son solamente cifras. En las últimas semanas han trascendido dos noticias especialmente escalofriantes. En Granada, José Miguel Domingo, 53 años, se ahorcó antes que la comisión judicial llegara a su casa. En Burjassot, un hombre saltó desde la ventana del segundo piso de su casa cuando la comisión judicial entraba por la puerta; su mujer, con depresión severa, contemplaba la escena desde la cama. Habrá casos cuyo desencadenante permanecerá camuflado. En España, el INE registró 3.145 suicidios en 2010, un número menor que los habidos en el año anterior, 3.429 y cuando los efectos de la crisis no habían alcanzado su punto álgido. Habrá que estar atentos a su evolución. Es una de las causas de muerte menos tratada en los medios de comunicación. Más muertos que por accidentes de circulación. En Grecia el número de suicidios entre enero y mayo de 2011 creció un 40% respecto al año anterior.

Decía Camus en ´El mito de Sísifo´ que no hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio. Que juzgar si la vida vale o no la pena vivirla es responder a la pregunta fundamental de la filosofía. Del divorcio entre el hombre y su vida surge el sentimiento de lo absurdo y de ahí el suicidio como solución del mismo. Pero todo el ensayo de Camus se basa en la relación entre el pensamiento individual y el suicidio, no en este último como fenómeno social. Una persona sana puede reflexionar sobre su voluntario fin, pero la gran mayoría de los casos que se dan son fruto de la depresión psicológica. Y qué sino un brutal hachazo psicológico es perder la casa que habitas, el esfuerzo de toda una vida y el espacio protector de su transcurrir. Si para el hombre sereno la vida puede presentársele como un absurdo con el que acabar, ¿bajo qué aspecto puede presentársele a quien, sin trabajo, fue convencido para asumir una hipoteca cuyo valor sobrepasa hoy en mucho el valor de su propiedad y a cuya satisfacción va a quedar aprisionado de por vida después de perderla?

Las élites oligárquicas y los gobiernos han aprendido la lección de la Gran Depresión de 1929. Entonces los gobiernos optaron por la dura ley de la competencia: dejaron quebrar a los bancos. Eran los especuladores y los grandes accionistas los que se lanzaban al vacío desde los ventanales de los rascacielos neoyorquinos. Ahora, los gobiernos europeos han optado por no dejar que quiebren inyectándoles dinero de los contribuyentes. Ahora se han invertido los términos; son los contribuyentes, cuyas hipotecas eran el negocio de los bancos, los únicos que no son responsables de la ruina del país, los que se suicidan. En Grecia; y ahora puede haber empezado en España.

Decía Zapatero que de ninguna manera iba a permitir que la salida de la crisis se hiciera sobre las espaldas de los más débiles. No solamente ha sido así, sino que todo el proceso de afrontar la crisis se ha basado en el ataque frontal al principio que justifica la existencia misma de un partido que se define como socialista: la igualdad. Nunca antes como ahora había habido tanta diferencia entre pobres y ricos, nunca antes como ahora había habido tanta desigualdad. El desgobierno, la frivolidad y la incompetencia de los socialistas ha sido de tal naturaleza que ha dinamitado por muchos años cualquier posibilidad de volver al gobierno del Estado. Por mucho que la economía pueda empezar a recuperarse a partir de 2014, ni en diez años más va a poder absorberse la cantidad de seis millones de parados. Estamos abocados, para volver a tener una tasa de paro sostenible socialmente, a desprendernos de casi toda la emigración llegada con el empuje de la burbuja inmobiliaria. Al cuestionamiento de la cuantía de las pensiones. Y a convertirnos nuevamente en un país de emigrantes. Tal es el tamaño del daño causado.

¿Qué pensar de la ética bancaria cuando nos enteramos que a Urdangarin, acreditando unos ingresos de 30.000 euros „vaya personaje„, le da La Caixa cinco millones para el palacete de Pedralbes? ¿Cómo no pensar que los miles de millones de los contribuyentes invertidos en bancos cuyos dirigentes cobraban y siguen cobrando cientos de miles de euros deberían haber sido dedicados a compensar a los depositantes y a ayudar a los ciudadanos desahuciados y no a impedir su quiebra? Así como una luz brilla en la oscuridad, destaca la desigualdad de trato entre los que gozan de todos los privilegios y los que son abandonados a su suerte sin más que palabras. ¿Cómo no pensar, después de las vanas palabras reales de que la justicia es igual para todos, que el indulto del gobierno socialista de Zapatero al banquero Alfredo Sáenz „condenado en sentencia firme e inhábil, por tanto, para ejercer su profesión„, es la quintaesencia de la injusticia? Es un hecho que deshabilita éticamente al partido socialista.