Una gran catástrofe pone siempre a prueba al gobernante. No se trata solo de tomar medidas adecuadas, sino de acreditar ante la gente que se está a la altura, con una implicación personal y directa en la superación del trance. La supertormenta que azota el este de EE UU, con sus muertes y sus desastres, se ha convertido así en el último y trágico acto de la campaña de las presidenciales. Es una prueba en la que es muy difícil salir victorioso. Por bien que se hagan las cosas, toda catástrofe busca un culpable, y el político en el poder es el primer candidato, aunque resulte muy injusto. Sin embargo, a veces sucede al revés: en septiembre de 2002 Schröder ganó unas elecciones que tenía perdidas gracias a su "gestión" de las inundaciones de ese verano en Alemania. Tal vez cuente, más aún que la eficacia, la actitud del gobernante, su actitud serena, determinada y compasiva en el puesto de mando.