No todo lo que pasa va a peor aunque lo parezca a juzgar por lo que a diario leemos sobre Siria, Líbano, Irán, Libia o el huracán Sandy. Ocurre que a veces las noticias son buenas aunque merezcan menos atención pues ya se sabe que lo noticioso es que el hombre muerda al perro. La más destacada de los últimos días es el inicio de conversaciones de paz entre el Gobierno y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) para poner fin a una guerra que dura ya 50 años y que ha causado miles de muertos.

Las FARC comenzaron como un movimiento revolucionario igual que los Montoneros, Tupamaros, Sendero Luminoso y tantos otros surgidos del impacto que sobre toda Latinoamérica tuvo esa revolución cubana que también deslumbró a la izquierda europea y que Eloy Gutiérrez Menoyo acaba de definir en su lúcido y emotivo testamento político como hoy "carente de sentido moral". Las FARC, que mantuvieron durante un tiempo contactos de aprendizaje mutuo con ETA, evolucionaron a lo largo de los años hacia el narcotráfico y el desprestigio y hoy con su jefe Timochenko al frente parecen dispuestas a abandonar la lucha armada. Entre las razones que les han llevado a tomar esta decisión se me ocurren las siguientes: Los reveses militares sufridos durante la ofensiva militar erradicadora del presidente Uribe; la colaboración de Venezuela, consecuencia de la mejoría de sus relaciones con Colombia; el traslado a México de los grandes cárteles de la droga ante el acoso policial; la cooperación antiterrrorista del gobierno de los EE UU; la presión cubana para poner fin a un movimiento que desprestigia su propia revolución; y, por fin, el ejemplo de países como Uruguay, Ecuador, Perú y Bolivia, donde antiguos revolucionarios son hoy presidentes. Son razones que han acabado convenciendo a los guerrilleros de que se puede influir mejor sobre la sociedad si se entra en el juego político civilizado. ETA ha llegado a la misma conclusión y hoy sus puntos de vista los defiende Bildu en el parlamento vasco. Más vale tarde que nunca.

El camino de las FARC hacia la paz será largo. Comenzó en 1998 cuando el presidente Andrés Pastrana se reunió con el jefe guerrillero Pedro Antonio Marín, alias Tirofijo, que es un mote que cuadra a un pistolero como anillo al dedo, y acordaron desmilitarizar una amplia zona del país para facilitar unas conversaciones que acabaron fracasando tres años más tarde. Mucho ha llovido desde entonces, con secuestros, asesinatos y operativos militares que poco a poco han ido debilitando a una guerrilla que veía cómo caían uno tras otro sus jefes militares Tirofijo, Arenas, Mono Jojoy, y tenían que liberar a sus secuestrados más valiosos como la candidata presidencial Ingrid Betancourt ante el clamor internacional y tras una fallida operación de los servicios secretos franceses para rescatarla.

El presidente Uribe les atizó fuerte durante su mandato y su sucesor, Santos, que fue ministro de Defensa con Uribe, ha adoptado una política más dialogante tras aprobar la Ley de víctimas y restitución de tierras que junto que con el marco jurídico para la paz, aprobado antes del verano por el Congreso, constituían dos requisitos para llegar a las conversaciones que se abrieron hace unos días en Oslo con objeto de lograr "un acuerdo general para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera". Es interesante la discreta labor diplomática que tan bien manejan los noruegos, que ya se anotaron en su día el éxito de las conversaciones de Oslo entre palestinos e israelíes. A este proceso han ayudado también los cubanos, venezolanos y chilenos y por eso las conversaciones continuarán a mediados de noviembre en La Habana con un temario que tratará de reforma agraria, desarme, compensación a las víctimas, drogas e integración de los guerrilleros. Ayudan aquellos que tienen influencia y por eso es muy importante lo que están haciendo los cubanos y los venezolanos. Deberían tomar nota de esto los americanos y dejar que los iraníes echaran una mano en el conflicto sirio, como ha propuesto Lakhdar Brahimi, el mediador designado por la ONU.

En la negociación habrá pasos adelante y atrás, presionarán los fundamentalistas de ambos bandos, habrá declaraciones públicas para el consumo interno de uno y otro y se harán gestos teatrales para la galería y quizás para poder hacer luego concesiones. También seguirá habiendo muertos y detenciones porque esta vez no se ha acordado ningún alto el fuego mientras se discute. Pero lo importante es que ambos, Gobierno y guerrilla, parecen haber llegado al convencimiento de que a los dos les conviene la paz y por eso hay que ser prudentemente optimistas. Los colombianos se lo merecen.