Nada de enseñar con sano espírtu crítico, interpelaciones o estímulos personales y amplitud de miras. Los docentes deben ser meros vasos comunicantes capaces de transmitir la supuesta neutralidad y con ello las líneas doctrinales del Govern, a su alumnado.

Aunque no lo parezca y por triste y decepcionante que sea, hablamos en serio, todavía sin poder abandonar el asombro. El conseller Bosch había anunciado meses atrás que preparaba una normativa para regular prácticas y comportamientos en los centros docentes. Todo porque se ha vuelto selectivo con los colores y las formas. No le gustan las telas cuatribarradas en las fachadas, ni las camisetas verdes en la vestimenta de los profesores.

Dicho y hecho. La normativa ya tiene formato de anteproyecto de ley y en su enunciado asegura abogar por la convivencia. Será un comportamiento unidireccional, en todo caso y una herramienta para retroceder en el tiempo hasta la época, no tan lejana por otra parte, en la que en España gobernaba un general que sólo entendía un modo de hacer las cosas. La normativa en ciernes, de prosperar, será una clara vulneración de los principios democráticos por parte de unos cargos electos que no saben hacer buen uso del preciado bien, el de la representación y la confianza popular, que tienen entre manos.

El anteproyecto de convivencia que se ha preparado para los colegios de Balears indica que tanto los docentes como el personal laboral o administrativo podrán ser sancionados hasta la expulsión y la pérdida de trabajo si manifiestan opiniones personales o "vulneran la neutralidad". Queda destapado el instrumento del que pretende servirse el Govern para instalar el miedo en el cuerpo de los profesores y obligarles a callar lo que por otra parte es obvio: que no quiere oír hablar de lengua catalana, de intraestructuras docentes, de exigencias profesionales o ratios por clase diferentes a los que el propio Ejecutivo propugna. ¿Dónde queda la libertad de cátedra y de expresión personal? Pues consagradas en la Constitución y en normativas de rango superior al anteproyecto a punto de entrar en fase de ebullición, pero el Govern quiere que queden en el plano teórico y no entren en las aulas. Para eso, por lo visto, es hasta independentista. Resulta asombroso que un conseller de Educación pueda llegar a hacer estas cosas sin reparar en que Lo Imposible es sólo el título de una película de éxito de Juan Antonio Bayona. Por el camino emprendido únicamente se puede llegar a dos metas poco agraciadas, la de la pérdida de la calidad docente -y esto resultaría imperdonable- o el de la falsedad que obligaría a los profesores a aparentar la traición a los más elementales principios profesionales. Una enseñanza encorsetada, bajo vigilancia, que no es libre ni interpela o estimula el sentido crítico, no es tal. La contestación en las aulas es signo de vitalidad y robustez social. Siempre ha existido, la preocupación real deberá empezar en el momento en que no se produzca.

Las intenciones del Govern son objeto de claro rechazo por parte de sindicatos profesionales y colectivos de padres. El Ejecutivo debería inquietarse de verdad al ver que su gestión en materia educativa es objeto de una contestación que hace dos años no se producía en un ámbito que no se caracteriza por su disciplina.