No voy a comenzar con las consabidas alabanzas al rol de la mujer a lo largo de nuestra historia, a su necesaria complementariedad en el desarrollo de las sociedades respecto del hombre, o a su identidad específica por obra y gracia del género, porque desgraciadamente estas tres relevantes realidades, del todo evidentes, han sido asumidas por el imaginario mediático como "algo ya adquirido" y por ello mismo aplaudido y en tantas ocasiones practicado. Pero resulta que cuando damos algo por supuesto, malo, muy malo, porque dejamos de reflexionar sobre su naturaleza real y objetiva en las sociedades y en sus respectivas culturas. Algo de esto sucede con la mujer y el feminismo consiguiente. En todo caso, comenzamos a estar hartos de repetir una y otra vez lo que democráticamente está casi perfectamente delineado. Ahí están: ¿qué pretenden más?

Y sin embargo, para nada es así. Hasta el punto de que cuando las altas instancias europeas intentan que en la cúpula de las empresas relevantes del continente se encuentre el mismo número de mujeres que de hombres, saltan todas las alarmas con la excusa de que se trataría de una imposición impracticable por utópica, y hasta imprevisible. Es decir, que nuestros ilustres gobernantes y no menos empresarios, dan por supuesto que es una tarea inútil encontrar en la sociedad el mismo número de mujeres que de hombres, para tomar las grandes decisiones. Todo un signo del mal endémico que "lo femenino" produce en el sistema emocional e intelectual de "lo masculino". Son más pero están menos capacitadas. Son más€ pero no valen tanto. Las cosas son como son. Aunque las silenciemos, sobre todo los varones, para evitar entrar en ulteriores debates. Y si el argumento de una Hillary Clinton no nos vale, por el apoyo de su simpático marido, entonces se echa manos de la Merkel, pero con reticencias por su aparente masculinidad formal y fondal. En fin, que nada sirve como ejemplo.

El viernes pasado, en la envidiable ceremonia de la entrega de los premios príncipe de Asturias, resulta que entre tantísimos premiados solamente había una mujer, entre los galardonados a título individual. Y para colmo, lo que demuestra la sagacidad de los electores, una señora solamente conocida en los ambientes más elitistas de la sociología y de las humanidades. Pero es que cuando la vimos aparecer en la pequeña pantalla, juvenil, colorista, atlética, sonriente, haciendo gala de una satisfacción para nada cohibida, comprendimos que la norteamericana Martha C. Nussbaum, Premio Ciencias Sociales, era un personaje femenino de los que hacen época, una de esas mujeres que se mueven en el universo masculino con absoluta frescura y facilidad. Es decir, haciendo espontánea gala de que era una mujer, ni más ni menos. Uno, que tantísimo ha trabajado por los derechos de esta mitad de la humanidad, se sintió satisfechísimo y sonreía al comprobar alguna mirada irónica de invitados masculinos un tanto fastidiados por el aspecto poco formalista de Martha. La verdad es que la presencia de una mujer absolutamente desconocida para mí, también en su dimensión intelectual, me llenó de esperanza.

Pero hay algo mucho más relevante para este articulista. Las palabras que pronunció como premiada, fueron las más bellas, intensas y actuales de cuantas pudimos escuchar entre tantas no menos atractivas: una defensa justificada de la filosofía y de las humanidades como necesarias componentes de una sociedad proclive a una tecnología inhumana, fría y a la larga peligrosísima: "La importancia que tiene la filosofía para la economía sugiere algo más, lo que constituye otro tema de mi trabajo: necesitamos una educación bien fundada en las humanidades para realizar el potencial de las sociedades que luchan por la justicia". Nada de maldecir la actualidad tecnológica y económica, porque sería inútil y además pernicioso. Se trata de ser capaces de desarrollarlas en el magma filosófico y humanista para que nunca se olviden de que solamente existen para procurar el bienestar y la justicia humanas. Exactamente lo que uno, en su limitación, viene repitiendo desde siempre. Pensar y sentir en el epicentro de toda tarea histórica.

A una inmensa gratitud por las palabras de la señora Nussbaum, añado que la mujer no necesita de cuota alguna, salvo en situaciones de gravedad evidente. La mujer necesita que nosotros, los hombres, ostentemos sentido común, conciencia de globalidad, respeto a la maternidad, reconocimiento de la igualdad y busquemos con osadía para encontrar la alternativa. Abdicando, si preciso fuere, de nuestra prepotencia.

A mi reconocimiento a la señora Nussbaum por sus serenas pero también intensas palabras en defensa de los derechos de la mujer desde la perspectiva sociológica y humanística, uno mi deseo de que los hombres no solamente nos mostremos igualitarios con las mujeres, antes bien que practiquemos esa solidaria igualdad en la vida cotidiana y estructural. Porque de lo contrario, las cosas seguirán muy semejantes a las actuales, hasta el punto de que, llegado el momento, las olvidemos para seguir priorizando los méritos masculinos. Como ha sucedido en los premios príncipe de Asturias. Todo un signo.