La eclosión independentista de Cataluña ha sido fruto de un proceso complejo en el que se han combinado cuando menos tres elementos: uno, la existencia de una masa crítica nacionalista conservadora que fue desbordada y apartada del poder en 2003 por una coalición de izquierdas y que al regresar al gobierno ha exacerbado su particularismo; dos, la desafortunada gestión de la reforma estatutaria que ha sido interiorizada por los catalanes como una humillante afrenta: y tres, la crisis económica, que ha puesto en evidencia la mala gestión anterior de la autonomía catalana y ha dado consistencia a viejas reclamaciones económicas catalanas, y que, sobre todo, ha sido sorteada por el gobierno catalán con el argumento espurio, por falaz y políticamente indecoroso, de que a Cataluña le irían mejor las cosas sin el lastre de España. También debería añadirse en cuarto lugar, como elemento instrumental indispensable, la deriva del PSC con Pasqual Maragall: al abandonar el socialismo el clásico catalanismo y virar claramente hacia el nacionalismo, aliado con ERC, el equilibrio de la relación entre Madrid y Barcelona se quebró definitivamente. Aquella ruptura, que dio lugar al movimiento, después partido, "Ciutadans", tuvo entonces más trascendencia intelectual que política, pero hoy está detrás de la exacerbación de la sociedad catalana. De una exacerbación en parte espontánea y en parte, también, inducida por los actuales dirigentes catalanes que han visto con satisfacción cómo la cuestión nacional tapa los ajustes, la mala dirección económica y la corrupción pasada y presente.

Esta magmática acumulación de elementos, capaz de enfervorizar a las muchedumbres, desembocó en la gran manifestación del Onze de Septembre, convertida por el nacionalismo en el icono independentista que evita cualquier racionalización política, a pesar de que se sabe que muchos catalanistas que acudieron a la marcha no son independentistas. Pero pronto ha tenido lugar el reflujo.

En efecto, "La Vanguardia" publicó este domingo una encuesta „de la empresa Fedback„, elaborada entre el 8 y el 11 de octubre, después de la que se realizó el 30 septiembre, que refleja cambios llamativos en tan corto período de tiempo. Lo más revelador ha ocurrido en la definición identitaria: en septiembre, el porcentaje de ciudadanos que se manifestaron tan españoles como catalanes fue del 31% y en octubre, del 37,3%. Quienes se sentían más catalanes que españoles bajaron del 27,6% al 24,7% y quienes se sentían apenas catalanes, del 32,8% al 27,1%. Los ánimos se aplacaron en cuestión de días. Paralelamente, CiU experimentaba una subida, a costa de los independentistas radicales (ERCE y SI), mientras subían los populares (el PSC seguía bajando, pero ello debe ser imputable a la delicada situación de este partido).

Si todo esto ha ocurrido en menos de dos semanas, lo que pueda pasar de aquí a las elecciones del 25 de noviembre es imposible de prever. En cualquier caso, estos datos demuestran que los movimientos catalanes están generados por impulsos sentimentales más que por reflexiones serenas, capaces de fundamentar una posición estabilizada. Las declaraciones exaltadas de Mas „las imputaciones de mesianismo no son exageradas„ y la intervención de la curia contribuyen a volatilizar un proceso en el que la ciudadanía no ha dicho todavía la última palabra.