Sólo tenía 38 años. Murió haciendo lo que más le gustaba. Correr por las montañas. Poner el cuerpo hasta el límite para acercarse al Olimpo. Su Olimpo particular. Ante la peor desgracia, la muerte, muchos se preguntan si vale la pena llevar el cuerpo hasta tal extremo. Siempre aparecen las dudas, las críticas, las preguntas sin respuesta. ¿Es bueno llevar el cuerpo hasta el punto de sumar 84 quilómetros en menos de 24 horas y con más de 6.000 metros de desnivel positivo?

Como corredor habitual y maratoniano les diría que sí. Sin dudarlo ni un ápice. Es una opción de vida. Una elección que va mucho más ella de una simple carrera como es ésta, la Cavalls del Vent, que se disputó de forma trágica hace dos semanas en la población catalana de Bagà. Una travesía que recorre ocho refugios dentro del parque natural del Cadí-Moixeró. Cuando uno prepara pruebas extremas de este tipo, lo más importante es el viaje y no la meta. Me explico. Detrás del día señalado en rojo en el calendario se encuentran decenas de horas de sufrimiento. Centenares de kilómetros sumados. Ratos pasados en compañía de amigos, en contacto con la naturaleza. Y sí, todo ello vale la pena. El día de la carrera es para disfrutarlo. La recompensa. Aunque esta vez la moneda salió cruz. La peor cara posible. Y ya no tiene vuelta de hoja.

En momentos de este tipo, siempre aparecen los oportunistas. Como todo en la vida. Son gente que critica por criticar. Desde el desconocimiento. Desde la ignorancia. Incluso más, desde el hastío. La vida es un don que tenemos. Y a cada uno de nosotros le corresponde escoger el camino que prefiera. Podemos equivocarnos, podemos fallar, podemos rectificar. La libertad individual exige que podamos trazar nuestro propio camino. Eso sí, siempre que no crucemos el de otro, como estableció el filósofo John Locke. Y ¿qué daño hacemos corriendo por las montañas?

Tomarse seis cubatas cada fin de semana y salir hasta las 7 de la mañana también es llevar el cuerpo al extremo. A otro extremo. Pero criticar esto, en una sociedad hipócrita y hedonista como en la que vivimos, está mal visto. Todos los extremos son negativos. Seamos entonces virtuosos, como ya decía Aristóteles, "la virtud es una disposición voluntaria adquirida, que consiste en un término medio entre dos extremos malos, el uno por exceso y el otro por defecto". Igual de malo puede ser hacer cada semana una carrera de más de 50 kilómetros que tomarse unos cubatas de más para después estar postrado en el sofá durante todo el domingo sin hacer nada, vegetando.

Estamos rodeados de un entorno que ensalza hasta el extremo la belleza humana. Cuerpos de escándalo que son la envidia de todos. Dietas milagro para perder los pocos gramos de grasa que se tienen. Tíos cachas que se ponen ante un espejo para hacer pesas y más pesas. Devorándose a si mismos. Puro egoísmo y vanidad. Correr no es encerrarse en un gimnasio. No es mirarse al espejo y recrearse ante la imagen que éste nos devuelve. Correr es sentirse libre. Feliz. Contento. Pleno. Hacerlo, simplemente, por el placer de volar. De contactar con el entorno. Con la naturaleza de la cual procedemos y la cual volveremos. Esto es correr, es deporte desde mi punto de vista. No importa la distancia. Simplemente cuenta el recorrido, sea cual sea.

La existencia está hecha de recompensas. La locomotora humana, el checo Emil Zátopek, lanzó un aviso: "si quiere correr, corra una milla; si quiere experimentar una vida diferente, corra un maratón". Él lo hizo. En los Juegos Olímpicos de Helsinki, en 1952, consiguió una hazaña que nadie ha podido igualar hasta el día de hoy. Medalla de oro en los 5.000 metros, 10.000 metros y también en la Maratón. Los que le vieron en acción dejan claro que transmitía de todo menos placer. Con una cara desencajada y un rictus de sufrimiento desde el primer metro. Pero la suya fue una elección individual. Exitosa y memorable, como recuerdan todos los anales del olimpismo. Un ejemplo que el mismísimo Barón Pierre de Coubertin habría elogiado. Un aro más del olimpismo, que recoge los valores del sufrimiento deportivo.

Kilian Jornet, ganador de la prueba de este año, decía en TV3 hace un par de semanas que "el músculo más poderoso que tenemos es el cerebro". Pues utilicémoslo para construir. Para sumar. No para desprestigiar. No para criticar desde la envidia y el desconocimiento. Hay quien escoge no hacer nada. Dejarlo atrofiado. No trabajarlo. Otros optan, optamos, por correr todo el día. Algunos incluso pasan por la vida corriendo. Teresa Farriol vivía para correr. Estaba más que capacitada para ello, con una dilatada experiencia en pruebas de ultrafondo. Nos ha dejado, pero está mucho más cerca de lo que creemos. Ha pasado a formar parte de las montañas. Sus huellas son una piedra más en el camino. No sé ustedes, pero yo prefiero vivir para correr que malvivir sin poder hacerlo. DEP.