Ante el último barómetro del CIS donde se refleja el aumento imparable de la desafección de la ciudadanía ante la clase política, las reacciones de los partidos mayoritarios han sido las previstas. Floriano, vicesecretario de organización del PP, ha dicho que la culpa es del PSOE. Que la desafección se produce tras los gobiernos del PSOE y disminuye con los gobiernos del PP, que remonta los desastres socialistas. López, secretario de organización del PSOE, achacó el desprestigio de los políticos a las mentiras y los recortes del PP; como si ZP „"el mejor activo del PSOE"„ no hubiera existido. Su cinismo alcanza cotas insuperables, pero es difícil que puedan seguir engañando a un número cada vez más amplio de ciudadanos. Están de acuerdo en lo fundamental: ni mentar de tocar la ley electoral que les permite seguir monopolizando el poder. A lo máximo que ha llegado el PSOE es a sugerir „con la voz baja„, como segunda línea de defensa, un sistema mixto „mayoritario/lista proporcional„ como el alemán, que conservaría buena parte del poder de las cúpulas partidarias.

Un conocido periodista contaba hace pocos días en su blog la discusión que se produjo en el transcurso de una comida en la que, entre otros, participaba un expresidente del gobierno. Por los datos ofrecidos, el expresidente sería Felipe González. La discusión subió de tono y degeneró en bronca. El tema, como es normal cuando los comensales son los que eran, fue la actualidad política en nuestro país. Lo habitual también en esas circunstancias es el reproche del político al periodista de no atinar en el análisis de lo que está de verdad pasando. En este caso, la ceguera de no ver que el cuestionamiento de la clase política y del funcionamiento del sistema político obedecían a una peligrosísima ola antidemocrática.

Causa un cierto estupor la falta de clarividencia de un hombre que dio en su momento muestras sobradas de poseer esta cualidad. Quizá el estupor provenga de una errada concepción de las facultades intelectuales de los humanos, como si se desarrollaran en un continuum de racionalidad, independientemente de las cambiantes circunstancias sociales en que están incardinados. No es así. Nuestra capacidad de entender lo que está pasando tiene mucho que ver con nuestra inteligencia, por supuesto, pero mucho más aún con nuestros prejuicios, nuestras emociones, nuestros intereses, que condicionan nuestra percepción de la realidad misma. Si le sobrara clarividencia entonces es que también le sobraría el cinismo. González es esclavo de su propia obra como secretario general del PSOE y como presidente del gobierno y no puede cuestionarla sin que, en la misma medida, deba afrontar un ajuste de cuentas consigo mismo. El hombre que encandiló a gran parte del país con su juventud, su apuesta por la modernidad, el europeísmo y el cambio, se atoró en los mecanismos del poder, dijo enterarse de alguno de los graves asuntos de Estado por la prensa y quedó perplejo y catatónico ante la corrupción de sus compañeros. Ahora, su lejanía bien retribuida de la realidad le ha convertido en el guardián de las esencias caducas de una estructura partidaria propia del siglo XIX, del inmovilismo.

Cuando un político se refiere a una ola social, no se refiere a las olas provocadas por la brisa, ni siquiera a la espectaculares olas propias de un desatado temporal que puede destrozar una escollera; no, intenta describir un tsunami como el de Indonesia, que arrasa cuanto se opone a su paso, que cambia los fundamentos básicos de una sociedad. Cuando en las postrimerías del franquismo se produjo una cierta apertura política, más cosmética que otra cosa, tuvo su plasmación en lo que se conoció como "el destape" y el dicho popular de que "con Fraga, hasta la braga", consecuencia de la Ley de Prensa de don Manuel. Pues bien, desde el búnker franquista, se inició una campaña de desprestigio contra los aperturistas que acabó con la destitución de Pío Cabanillas, ministro de Información y Turismo, alertando de la ola de pornografía que invadía el país. Ni que decir tiene que después de un secarral nacional católico de cuarenta años, gran número de ciudadanos estábamos encantados con la liberalización de las costumbres. Después se comprobó que la pornografía acostumbra a ser de lo más aburrida. No, no era la pornografía, era la libertad.

Ahora, González y todo el búnker partitocrático nos avisan de la ola antidemocrática que se avecina, protagonizada por todos aquellos que cuestionan el statu quo. Las veces del peligro de la pornografía la ocupan el populismo y los antisistema que nos van a llevar al peor de los desastres. Como si no estuviéramos ya en él. Cuentan con una ventaja inestimable para defenderse en comparación con el búnker franquista. Éste era el corazón corrupto de un sistema político desprestigiado y derrotado militarmente por las democracias en la segunda guerra mundial. El búnker partitocrático se ha formado en el interior de un sistema democrático con elecciones libres mediante una ley electoral perversa; es una dominación mucho más sofisticada; no se van a hacer el harakiri como los franquistas. Y nuevamente, lo que recorre el país es un ansia de cambio, de participar con libertad para elegir y poder pedir responsabilidades a los gobernantes que nos parezcan mejores y no a los designados por cúpulas burocráticas, de liberarse de la tutela de quienes deciden todo sin importarles ni sus compromisos ni sus mentiras, sólo atentos al mantenimiento de sus privilegios. No, no es una ola antidemocrática, no es el populismo, no es el antisistema; es la democracia real; es, otra vez, la libertad.