En el seno del Eurogrupo, el debate ideológico ha periclitado y así debe reconocerse con tristeza ante el avance de la razón económica como única pauta. Razón que, como es lógico, es cribada por cada país en el filtro de sus propios intereses. Alemania, en concreto, que se aboca a unas elecciones legislativas el año próximo, es cada vez más sensible a la propia opinión pública sobre el papel de la "locomotora" germana en esta crisis, y no es difícil ver el repliegue de Merkel en posiciones ortodoxas y pusilánimes que, como mínimo, retrasan la solución del deterioro económico de la Zona Euro en general y de los países periféricos en particular.

El español José Viñals es el responsable del "Informe sobre estabilidad financiera global" que se ha presentado en la Asamblea anual del FMI y del Banco Mundial de Tokyo, y en él se pone de manifiesto la gran repercusión del escenario europeo sobre la evolución de España. Viñals plantea tres escenarios: el central, continuista de la situación actual en que los distintos actores toman las decisiones sin gran entusiasmo, considera que se establece la supervisión financiera única y la unión bancaria dentro de plazo, se contienen las primas de riesgo „incluso aplicando los rescates propuestos por el BCE„ y los países periféricos mantienen sus programas de ajuste; en este supuesto, la confianza se recuperaría poco a poco y la fuga de capitales se frenaría, aunque los países periféricos seguirían cayendo en tanto los centrales crecerían muy poco (conforme a las previsiones publicadas del FMI).

El segundo escenario, nada improbable, es el de que los compromisos europeos „la unión bancaria„ no se cumplan o se retrasen en exceso, y las reformas se demoren por la resistencia social en los países periféricos; en este supuesto, las primas de riesgo se dispararían hasta los 750 puntos de España y los 700 de Italia, en tanto la economía española se contraería un 1,9% adicional en 2012 y la italiana, un 1,6%.

`El tercer escenario, el más optimista, sería aquél en que la Eurozona cumpliría puntualmente sus compromisos, avanzarían la supervisión única y la unión bancaria, se crearía el fondo de garantía europeo y se pondrían en marcha las recapitalizaciones directas de la banca a través del MEDE, el BCE compraría bonos de los países con problemas y se avanzaría hacia la armonización y la unión fiscales, lo que daría lugar a los eurobonos a medio plazo. En este caso, se reabrirían los canales del crédito y se aceleraría la economía.

Es evidente que a España le interesa la implementación de este tercer escenario y que ha de luchar denodadamente por ello, pese a los recelos y temores de Alemania (con Holanda y Finlandia, la "triple A"), remisa a ponerse al frente del vértigo del cambio y de asumir los riesgos inherentes a su propio liderazgo. Y para conseguir tal objetivo, España no puede aparecer sola en el seno de los Diecisiete: ha de ir de la mano de Italia y de Francia. De Italia, porque este país tiene problemas muy semejantes a los nuestros, aunque no haya padecido el estallido de una burbuja inmobiliaria. Y de Francia, porque, con independencia de su rivalidad con Alemania, nuestro vecino del Norte, postrado en un largo estancamiento, necesita también los revulsivos europeos para salir a flote. Rajoy, que ayer viajó a París con su gobierno, cultiva ostensiblemente ambas relaciones, y si persiste en ello podría lograr buenos resultados, capaces quizá de compensar otros errores.