¿Qué tienen en común los escándalos de Urdangarin, Botsuana, Dívar y Bankia? Primo: Han apasionado a la mayoría de la población, no sólo desde el consenso de la masa enfurecida, sino desde la evidencia de que simbolizan el desprecio de los poderes públicos hacia las tribulaciones que atraviesa el conjunto del país. Secundo: Han transcurrido en medio de los balbuceos, vacilaciones y escamoteos de PP y PSOE, que se han desentendido del rosario de abusos pese a que representan en las instituciones democráticas a más del ochenta por ciento de los ciudadanos. Han desobedecido clamorosamente a su electorado, la novedad es que arrostrarán la penitencia de su deplorable comportamiento.

En el abuso institucional más reciente, el todopoderoso PP/PSOE se ha inhibido del desastre de Bankia. Ha apoyado con entusiasmo el abono de dos mil euros por familia para rescatar el banco saqueado, ha evitado la demanda de responsabilidades a los causantes de la catástrofe y ha remoloneado con la personación parlamentaria de los artífices del desastre. La connivencia de populares y socialistas con los responsables de estafar —según la Real Academia, "pedir o sacar dinero o cosas de valor con artificios y engaños"— a accionistas y clientes les ha estallado en pleno rostro, cuando la Audiencia Nacional ha aceptado una detallada querella con la firma de UPyD. Se migra así a la acepción jurídica de "estafar" en el Diccionario, "cometer alguno de los delitos que se caracterizan por el lucro como fin y el engaño o abuso de confianza como medio".

UPyD es un partido tan sospechoso como cualquier otro en su génesis, lideresa y comportamientos. Sin embargo, sus actuaciones recientes están rentabilizando con inteligencia el descontento con el bipartidismo único de PP/PSOE. El ímpetu de la formación emergente desgasta con preferencia a los populares. Entre los naufragios económicos ocasionados por Rajoy, deberá citarse el mérito sobresaliente de perder cada dos semanas un diputado a manos de la formación de Rosa Díez. Esta sangría explica el tono desabrido que reserva el presidente del Gobierno para la exconsejera del gobierno vasco con el PNV, amén de aspirante a la secretaría general socialista.

El PP puede escudar su desgaste en los escollos de la labor de Gobierno. Siete meses después de su entrada en vigor, y a más de un año de poseer la convicción de que ganaría las elecciones, los lloriqueos de la derecha sobre el oneroso legado socialista han perdido cualquier validez. Resulta más llamativa la actitud contemplativa del PSOE. Siempre innovador, es el primer partido que recurre a la "herencia recibida" en la oposición, para justificar su pasividad ante los sucesivos escándalos que jalonan la actualidad. En su versión, la ocupación del poder hace un año le impide una denuncia digna de crédito. "Siempre hay una excusa excelente para no tomar una decisión", según denunciaba López de Arriortúa.

Bankia supondrá el espaldarazo definitivo que necesitaba UPyD, en tanto que Izquierda Unida se beneficia del descontento progresista. El dontancredismo de PSOE y PP —Rajoy sería el actor ideal para encarnar al Don Tancredo convencido de que la parálisis le dejará indemne— no ha evitado la embestida de los mercados, y supondrá un coste electoral que también equiparará a España con Grecia. Los partidos antiguamente hegemónicos se comportan como las frágiles embarcaciones que surcan los océanos en Ice Age 4, mientras a su alrededor se constituyen las plataformas continentales dibujadas sin su concurso.

En el caso de Bankia, el bipartidismo único de PP/PSOE actúa desde el agradecimiento. La irradiación de las antiguas cajas a favor de ambos partidos ofrece motivos de sonrojo, en el caso optimista de que no pueda ser encuadrada en el Código Penal. Se verifica otro ejemplo del "fraude inocente" de Galbraith, que Ernesto Ekaizer explora en su premonitorio libro Indecentes. Los 33 imputados no justificaron su sueldo con ninguna operación económica pero, a diez favores inconfesables y partidistas per cápita en una estimación moderada, acumulan 330 motivos para la vergüenza de populares y socialistas. Tras el hundimiento de Bankia, el bipartidismo ni siquiera solicitó que los complacientes autores de la mayor catástrofe económica de la historia de España fueran incorporados al equivalente a un registro de morosos, para que no pudieran desempeñar cargos ejecutivos en otras entidades desprevenidas.