Las casualidades existen y algunas son especialmente inoportunas. Que la expedición del rey a Botsuana para cazar elefantes, con la consiguiente fractura de cadera, haya acontecido el 14 de abril, justo cuando se cumplen 81 años de la gozosa proclamación de la Segunda República, empieza a dar pie a sentenciar que definitivamente algo se ha roto en la monarquía parlamentaria establecida en la Constitución de 1978. Lo sucedido no es asunto privado del ciudadano Juan Carlos de Borbón. El jefe del Estado no puede irse de caza cuando en España la crisis alcanza dimensiones descomunales. No puede hacerlo y, lo que es peor, no debe. Lo ha hecho y la mala fortuna ha querido que todos nos enteremos de que quien está conminado a ofrecer ejemplo de austeridad, el mismo que no hace tantas semanas afirmaba enfáticamente que el paro juvenil muchas noches no le deja dormir, pueda permitirse tales disfrutes, con el añadido, que lo agrava, de que la caza del elefante chirría más allá de lo tolerable. Pretender que todo eso se circunscribe a un asunto privado, es empecinarse en negar la realidad, no querer admitir que se ha producido una quiebra, que probablemente no podrá ser reparada.

La monarquía ha entrado en barrena, lo ha dicho un conspicuo representante de la derecha monárquica y supone un explícito reconocimiento de cuál es la situación, aunque haya quien se empeñe en negar las evidencias parapetado tras un cada vez más chocante irreal voluntarismo. Conviene no perder de vista lo acaecido en España ocho décadas atrás. Es recomendable releer Así cayó Alfonso XIII, en el que Miguel Maura, hermano de un ministro del último Gobierno de aquella monarquía, y ministro, a su vez, nada menos que de la Gobernación, hoy Interior, de la naciente República, da cuenta de los sucesos que llevaron a la instauración del régimen republicano, precisamente un 14 de abril, el de 1931. No se trata de forzar los paralelismos, nada de eso; pero el descrédito que acumuló el abuelo del rey Juan Carlos empieza, solo empieza, a tener alguna similitud con el que éste parece empecinado en ganarse. El rey ha sido, en lo sustancial, un impecable jefe del Estado, desempeñando su función constitucional adecuadamente, pero sucede que la estabilidad y pervivencia de la monarquía, al constituir un modelo anacrónico, además de irracional, requiere comportamientos adecuados por parte de quienes la encarnan. Acontece que ha trascendido el radical deterioro de las relaciones entre el rey y la reina; vemos a diario los dislates del yerno de don Juan Carlos y ahora contemplamos estupefactos cómo el monarca tiene la ocurrencia de embarcarse en una lejana cacería cuando la realidad española no permite semejante frivolidad, por definirla suavemente.

Insisto, porque conviene que quede muy claro: no es un asunto privado, en modo alguno; lo ocurrido es una irresponsabilidad, una decisión tomada por el jefe del Estado, que lo es siempre y en cualquier lugar; adoptada al margen del Gobierno, a quien se sitúa en una posición cuando menos embarazosa, y que, a causa de un desgraciado accidente, acaecido de madrugada, desemboca en un escándalo fenomenal, que mina los cimientos de la institución monárquica. Eso es lo que ha supuesto la impresentable cacería de elefantes, con el agravante, también es adecuado insistir en el dato, que matarlos por el placer de hacerlo es, en el siglo XXI, cuando la ciencia ha demostrado qué clase de seres son, cuál es su inteligencia y cómo están en posesión de una notable capacidad emocional, una exhibición de insensibilidad por parte de quien ostenta la corona de España.

El estropicio es irreparable y, tal como se han puesto la cosas, un mal menor para la monarquía puede ser la abdicación de quien cada vez es más evidente que no da más de sí. El 14 de abril de 2012 ha sido el día que más ciudadanos ha ganado la causa republicana en muchísimo tiempo. La actuación del rey, acompañada de todo lo que acontece en la familia real, está haciendo más por la tercera república que todas las estrategias puestas en marcha por quienes trabajan en pos de su advenimiento. La historia de España en las primeras tres décadas del siglo XX explican cómo es factible acabar con una restauración del sistema monárquico, al hacer aguas la alternancia entre dos grandes partidos, y cómo puede desmoronarse la monarquía por el resultado de unas elecciones municipales.

Llega un momento en el que los blindajes constitucionales dejan de servir. Cuando la realidad sobrepasa lo que establece la legalidad la segunda termina por someterse a la primera. ¿Hemos llegado a este punto? Puede que todavía no, pero es indudable que sí se bordea su cercanía.

Miguel Maura, un político de derechas, que hoy probablemente acamparía en las proximidades del PP, relató con claridad los sucesos del 14 de abril del ya lejano 1931 y los de los meses que le precedieron. Casi todos los medios de comunicación están describiendo hoy lo que guarda semejanzas con el final de aquel período histórico. Solo unos pocos años atrás nadie habría vaticinado el desenlace que estamos empezando a vislumbrar.