He visto las fotos de unos estudiantes valencianos que exhibían libros ante una hilera de policías antidisturbios. Por desgracia sólo pude ver el título de uno de los libros, "La conjura de los necios", en una edición de bolsillo de Anagrama. Me pregunté qué habría dicho el pobre Kennedy Toole, si pudiera haber visto su libro exhibido en una manifestación de jóvenes como si fuera el Libro Rojo de Mao que llevaban los guardias rojos de la Revolución Cultural (un fenómeno social que él tuvo tiempo de ver en los reportajes, pocos años antes de poner fin a su vida en 1969). Me hubiera gustado ver más títulos, sólo para hacerme una idea de la clase de libros que estos alumnos de Secundaria –aunque algunos parecen tener ya casi treinta años– guardan en sus casas y se permiten exhibir ante un cordón de policías como si fuera una seña de identidad cultural. ¿Serían libros de ficción? ¿Novelas históricas? ¿Best-sellers? ¿Habría ensayos políticos? ¿Alguna extraña novela de ciencia ficción? ¿Algún volumen de poesía? ¿O algún ensayo científico de Stephen Hawking? Y en cuanto a los autores, me pregunté también quiénes podrían ser. ¿Tal vez Pérez-Reverte? ¿O quizá Ruiz Zafón? ¿Y habría algún Hitchens? ¿Algún Orwell? ¿Algún Ferlosio? ¿Algún Coetzee? ¿O más bien habría libros de Paulo Coelho y Jorge Bucay?

Lo digo porque los estudiantes enarbolaban esos libros como si fueran una contraseña que viniera a decir: "Yo soy culto y tú no. Yo defiendo la cultura y tú eres un burro". O simplificando un poco más: "Yo soy de izquierdas y tú eres fascista". Y de algún modo, la protesta –o mejor dicho, la puesta en escena de la protesta, que es lo que siempre cuenta– aspiraba a representar de una forma muy gráfica esta clase de simplificación: "Los de izquierdas leemos. Los fascistas no". Algo así de simple. Y algo así de tramposo. Porque los policías –y eso hay que repetirlo todas las veces que haga falta– no representan a ningún gobierno fascista ni de extrema derecha. Y tampoco hay ninguna ley física que determine que los policías no leen nunca un libro, ni siquiera de divulgación barata.

Comprendo el enfado de los estudiantes por los recortes, y comprendo que se indignen ante la actuación de algunos policías que repartieron estopa de una forma indiscriminada, pero no veo por qué se creen autorizados a enarbolar libros delante de los policías, como si ellos fueran lectores cultos muy preocupados por la educación pública y los policías no fueran más que un hatajo de palurdos. No dudo de la capacidad lectora de estos estudiantes en concreto, pero el gremio en general –sobre todo en las Enseñanzas medias– no ha demostrado una gran capacidad lectora, sino más bien todo lo contrario. Y es que los resultados del informa PISA revelan unos niveles pobrísimos en cuanto a comprensión lectora y capacidad expresiva por parte de los estudiantes de ESO y Bachillerato. Y me temo que esa carencia también se podría extender a muchos alumnos universitarios, porque los exámenes de Selectividad –que en este país, no se sabe por qué, se guardan en una cámara secreta, como si fueran peligroso material radiactivo– se suelen hacer a base de tests con respuestas muy simples que no le exigen al alumno una buena capacidad expositiva ni argumentativa, y por tanto un buen uso de la sintaxis. En general, repito, los alumnos de Secundaria no andan muy fuertes en lectura y escritura. Y bien que me duele decirlo.

Y ya puestos a reclamar cosas, si uno está dispuesto a invadir una calle y a cortar la circulación, me pregunto por qué los estudiantes no reclaman algunas otras cosas más. Por ejemplo, que los delitos económicos no prescriban a los cinco o diez años, sino que sigan siendo delitos pasado el tiempo que pase. O que los condenados por esta clase de delitos se vean obligados a devolver al menos una parte importante de lo defraudado o robado. O que los cargos públicos no puedan acumular dos sueldos simultáneos remunerados con fondos públicos (y los partidos políticos, no lo olvidemos, se financian con fondos públicos). O que la entrega de un piso hipotecado sirva para saldar la deuda contraída ante un banco. Y supongo que habría muchas otras medidas urgentes que podrían reclamarse en estos tiempos de austeridad forzosa, al menos para la mayoría de la población. Y quizá sería bueno exigir que alguien se acordase de ellas, ya que de momento nadie lo ha hecho.