Opinión

Lluís Cucarella

La puerta que abre el cierre de Megaupload

El cierre de Megaupload, más que una nueva excusa para que las dos fuerzas antagónicas y ruidosas que vienen secuestrando el debate desde hace ya demasiado tiempo, encuentren motivos para seguir alimentando sus fobias y su ancestral inmovilismo, podría haberse convertido (y por desgracia no está siendo así), en el detonante de un enriquecedor intercambio de ideas nacido a la luz de una realidad incontestable que ha puesto sobre la mesa el caso Megaupload. Y es que una de las conclusiones que pueden extraerse de la intervención y clausura de esta empresa de alojamiento de archivos es que la gente está dispuesta a pagar por descargarse contenidos. Y a tenor de las lujosas mansiones, millones de dólares, maseratis, lamborghinis y otros objetos de lujo intervenidos al ostentoso dueño de Megaupload, no eran pocos (publicidad aparte) los que abonaban escrupulosamente sus mensualidades o anualidades para poder descargarse sin restricciones los contenidos. Hay posible modelo de negocio. Esa es la buena noticia. El problema es que en estos casos se ha pagado a la persona equivocada; no al que crea, sino al que se lucra con el trabajo de los demás.

Pero no. En lugar de ayudar a sentar las bases para empezar a resolver esta situación, y que afloren ideas para que todos salgan beneficiados, sabiendo que hay un posible modelo de negocio, como ha demostrado Megaupload, el debate productivo sigue secuestrado o ensordecido por estos dos extremos.

Unos, los mal llamados ciberlibertarios o cibercomunitarios, que tras el cierre de Megaupload (dicho sea de paso, un cierre que sólo tiene efecto ejemplarizante) han salido clamando venganza "por este ataque" –¿este ataque, a quién?, cabría preguntarse– siguen en su cerrazón de reclamar la abolición de los derechos de autor y el libre uso e intercambio de cualquier contenido cultural protegido o no, paradoja mayúscula donde las haya, viniendo de grupos autodenominados igualitarios, pues un escenario de este tipo, sin una compensación justa a quienes crean los contenidos, nos llevaría a una sociedad empobrecida culturalmente en la que la creación cultural estaría en manos de una élite, de los más adinerados, que podrían permitirse el lujo de escribir o componer canciones sin necesidad de obtener nada a cambio; o bien de los subvencionados, creadores pagados por el Estado o gobierno, escribiendo en parte, si no a su dictado, sí sabiendo muy bien que no hay que morder la mano que da de comer. La historia puede dar fe de ello. Hay ejemplos a raudales. La incongruencia, además, alcanza cuotas superlativas, cuando parte de este ruidoso grupo, que suele defender también las tan democráticas prácticas de Anonymous de tumbar páginas web con las que no comulgan, ha salido a la defensa del amo de Megaupload, que es, como hemos podido comprobar estos días sin ningún atisbo de dudas, por sus hábitos, un vivo ejemplo del anticapitalismo libertario que propugnan.

Y luego están los que no han dejado pasar la ocasión y han aprovechado este suceso para volver a lanzar el mensaje de que Megaupload ha desvelado lo que ellos vienen diciendo hace tiempo que es internet: un mar abonado a la piratería, contra la que no hay más solución que mano dura: legislaciones restrictivas y regulación intrusiva, apoyando leyes de censura preventiva, como la estadounidense SOPA (paralizada de momento), aunque eso implique, que para ello sea necesario vulnerar otros derechos como el de la privacidad o incluso la libertad de expresión, con el afán, legítimo, pero probablemente errado, de seguir aferrándose a un modelo de negocio que se descose poco a poco.

Afortunadamente, como ha demostrado Megaupload, internet es mucho más de lo que representan estas posturas y es necesario que las ideas inmovilistas que defienden vayan quedando en el olvido, apagadas por un debate mucho más productivo.

Hay muchas personas dispuestas a pagar, por ejemplo, por descargarse series de televisión si no hay demoras. Es decir, poder acceder a las series, no un mes después de que hayan sido estrenadas en Estados Unidos, sino al mismo tiempo que en el país de origen, o unas horas después, si ya están subtituladas o traducidas al español, porque internet y la globalización han universalizado también los debates en torno a los productos culturales y 24 horas en la época de internet eran meses en épocas pretéritas. Hay gente dispuesta a pagar por comprar libros digitales, pero no si deben abonar 19 euros por un libro digital, que no tiene costes de impresión o distribución, cuya versión impresa se está vendiendo a 20 euros. Hay gente dispuesta a pagar 20, 30, 40 euros al mes o al trimestre, por poder acceder en modalidad de tarifa plana o con un amplio límite de descargas, a contenidos culturales, sin necesidad de tener que pagar por cada producto de manera individual. Y si en lugar de que una persona pague 20 euros por un libro, hay 20, 30 ó 40 personas que pagan un euro cada uno, es posible que haya modelo de negocio. Megaupload era eso, aunque se beneficiaba quien no debía, pero ha mostrado el camino que puede seguirse.

Es necesario, por tanto, avanzar en una regulación que, efectivamente, como indicaba estos días la comisaria europea Neelie Kroes, permita la remuneración justa de los artistas y creadores, sin que eso implique violar otros derechos fundamentales. Es necesario que internet deje de ser un territorio sin ley en materia de derechos de autor. Y es necesario que la industria cultural dé pasos decididos para adaptarse a unos hábitos de consumo y unas reglas que ya no son las de antaño. Sólo trabajando conjuntamente en estas direcciones podrán construirse escenarios más sólidos y duraderos. De lo contrario, si la solución no es integral, independientemente de a quien le asista la razón legal, cualquier actuación que se ejecute sólo servirá para levantar ocasionales diques de adobe. Lo que ha sucedido con Megaupload ha abierto una nueva puerta. Pero hay gente empeñada en que se cierre pronto.

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