Opinión

José Jaume

Reventar Mallorca y lo que haga falta

Un dirigente sindical anuncia que en su organización están dispuestos a "reventar la isla". El dinamitero es Antonio Copete, secretario general de la UGT de hostelería. Dice el aguerrido sindicalista que "hay convenio o reventamosla isla". Para darle mayor empaque a sus amenazas añade: "estamos dispuestos a llegar a donde sea, nos dan igual las llamadas a la responsabilidad". Nos las tenemos con un incendiario, que si llega a vivir en los tiempos en los que en España había un sindicato anarquista, la CNT, al que acompañaba su hijuela más proclive a la dinamita y las pistolas, la FAI, sin duda habría campado a sus anchas. Son otros los tiempos que corren, malos con ganas, pero otros; cierto que no son pocos los que auguran un retorno a prácticas que se creyeron superadas por algo tan intangible como lo que se denomina el devenir de la historia.

Que los sindicatos estén soliviantados por la ceguera y el egoísmo infinito de los hoteleros mallorquines, seguramente la especie empresarial con menos luces y más sombras que jamás ha existido, se comprende. Se trata de unos empresarios a los que generalmente no hace ninguna falta recordarles lo de coge el dinero y corre. Lo ejecutan con un virtuosismo sin igual. Están aprovechando la coyuntura, que obliga a todo el mundo a poner sordina a sus aspiraciones, no solo para hacer caja, que en 2011 la han hecho y consistente, sino para recuperar unas prácticas empresariales propias del capitalismo más alejado del pacto social, del propio de principios delpasado siglo, cuando el empresario le espetaba al obrero aquello de "es lo que hay: si te gusta la coges o lo dejas, tengo otros que están esperando", con lo que dejaba claro que sus condiciones, que hasta las pecatas encíclicas papales de la época relacionadas con la cuestión social consideraban escandalosas, no eran negociables.

Con estas se topa Copete. El sindicalista, en lo que debe considerar justa correspondencia, advierte a los hoteleros y a quien sea necesario que no tienen inconveniente, si se les pone en la tesitura de tener que hacerlo, en reventar la Isla. Es de los que acepta lo de morir matando, porque de eso se trata: aniquilar cualquier posibilidad de que los sindicatos dejen de ser considerados por muchos como unas organizaciones burocráticas que únicamente se movilizan cuando se trata de defender sus privilegios y a sus funcionarios. El sindicalismo de Copete es el de la confrontación, de cuando Pablo Iglesias fundó la UGT, el de una España en la que todo, para su desgracia, era negro o blanco. Lo mismo podría decirse de las prácticas empresariales de nuestros hoteleros. Así le fue a España, la nación de los tristes destinos.

Será que la crisis está creando las condiciones, también anunciadas, de un nuevo sistema de relaciones sociales. Es como si los llamados capitalistas, despojados del temor que por décadas y décadas les infundía el desaparecido comunismo y en horas más que bajas la socialdemocracia (si en Francia los socialistas ganan las presidenciales verán cómo los que la dan por muerta se apresurarán a certificar su retorno), hubieran decidido prescindir del pacto social que tan buenos dividendos ha dado en Europa y les ha ofrecido a ellos. El resultado es el que exhiben tanto los hoteleros, con algunas de sus prácticas laborales francamente despreciables, porque evidencian como nunca la ley del más fuerte y el desprecio a los que están en inferioridad de condiciones, como sindicalistas mamporreros que amenazan con dejar la Isla reducida a escombros.

Las afirmaciones de Antonio Copete, al que supongo que alguien en su sindicato le recomendará un poco de prudencia, además de dejar de atemorizarnos a todos, me hacen pensar que han pasado unos tiempos en los que la amenaza, el chantaje y el gesto hosco no eran buena carta de presentación. Ahora sí lo son, en unos y otros. Se está yendo todo al garete, hasta las formas.

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