Opinión
Camilo José Cela Conde
En Francia
Mientras el presidente Rajoy se afana, sin dar la cara, en hacer justo lo contrario de lo que prometió en su campaña electoral, mientras el partido socialista se enfrasca en unas primarias para vender el pescado de siempre, la esperanza nos llega desde Francia. François Hollande, candidato a la presidencia, ha dicho eso mismo que piensa tanta gente: que el problema en el que estamos metidos viene de los mismos que nos están imponiendo, por medios rigurosamente ajenos a la democracia, los ajustes económicos. ¿Costaba tanto reconocerlo aquí, en España? El mensaje de sangre, sudor y lágrimas tenía sentido cuando se trataba de combatir como fuese a la bestia nazi. Pero, ¿habría significado lo mismo si Churchill lo hubiera utilizado para animar a los británicos a someterse a Adolf Hitler?
Desde que nuestro nuevo gobierno hizo uso de la mayoría absoluta que le regalaron las urnas, los ministros encargados de la economía no han cesado de lanzar mensajes decepcionantes y contradictorios. La contradicción viene de que dudan entre echar las culpas de nuestros males a las autonomías –gobernadas por ellos mismos, o por sus correligionarios– o bien al gobierno anterior –con Zapatero en la tumba y todavía sin enterarse. Pero decepciona que sea eso todo, que no haya ningún personaje de los que tanto poder manejan que sea capaz de mirar hacia atrás y entender lo mismo que entiende la mayor parte de los ciudadanos.
Ahora que se habla tanto de que la solución a nuestros marasmos pasa por más Europa, cabe lamentarse de que ese aspecto de la globalización, el de la política, no haya llegado ya. En vez de tener que conformarnos con la posibilidad remota –¡a cuatro años!– de elegir como alternativa a lo que hay ahora a alguien que habrá formado parte del zapaterato, ojalá que pudiésemos votar a Hollande. Por desgracia, eso no parece que vaya a pasar ni dentro de cuatro años ni nunca, así que tendremos que seguir eligiendo entre los timoratos y los mentirosos. Asigne usted mismo el calificativo que merece cada cual.
Frente a la sumisión de Rajoy a los dictados de las agencias de calificación traducidas por la señora Merkel, Hollande ha dicho cosas como que el enemigo común es el mundo de las finanzas, que, de gobernar, obligará a los bancos a separar especulación y crédito, que suprimirá las tasas que eximen a las grandes fortunas y a las empresas de cumplir con los requisitos fiscales y que quiere volver a construir el sueño de la justicia y la dignidad humana. Pero eso sucede, claro es, en Francia; aquí no sólo no hemos oído nada semejante a lo que Hollande ha dicho sino que se nos suelta lo contrario. Enfatizando, eso sí, que se conservará el Estado de bienestar como prólogo de las medidas encaminadas a derribarlo. Leer sólo en la sección de internacional de los diarios las noticias políticas que importan es una práctica frustrante por lo que tiene de envidia de la mala. En fin; qué se le va a hacer. Siempre nos quedará París, que diría Bogart.
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