Opinión

Jorge Dezcallar

Cabeza de ratón

Ser un país grande ayuda pero no es condición imprescindible para jugar un papel protagonista en la esfera internacional. Lo que hace falta es voluntad política y un mínimo de medios, utilizando con inteligencia la coyuntura.

Durante muchos años un país enorme como China, de desmesurada dimensión territorial y población, dejó voluntariamente de participar en los grandes centros de decisión internacionales o su presencia era muda. Su prioridad era el desarrollo interno y al aislarse del mundo seguía una vieja tradición del Imperio del Centro con una actitud un tanto desdeñosa hacia cuanto ocurría fuera de sus fronteras. Como consecuencia, su influencia en el mundo fue muy escasa. También la España imperial pagó un alto precio cuando levantó muros que nos aislaron de las ideas que circulaban por una Europa que acabó por olvidarnos. Hoy China está regresando -a su ritmo- a los grandes centros de decisión porque entiende que su desarrollo económico y sus intereses así lo exigen y eso causará algunos problemas por mucho que intenten evitarlos.

Hay un país pequeño, muy pequeño incluso, Qatar, que ocupa un lugar importante en la diplomacia internacional a pesar de que nada en principio parecería ayudarle a hacerlo salvo la voluntad política del jeque Hamad bin Jalifa Al-Thani y de su gobierno.

Qatar tiene una población de apenas un millón y medio de personas (solo una quinta parte son ciudadanos y el resto inmigrantes) y tiene un territorio aún más exiguo, 132 kilómetros cuadrados en una pequeña península de la costa arábiga. Como comparación, Mallorca tiene 3.640 kilómetros cuadrados. Pero Qatar tiene también unas descomunales reservas de gas, una de las rentas per cápita más altas del mundo y ganas de protagonismo internacional.

Hace 50 años era un territorio donde vivían algunos pescadores de perlas y camelleros que a veces para llegar a fin de mes tenían que recurrir al contrabando o a la piratería, igual que pasaba en otros lugares de la zona como Kuwait o en Bahrein o en los Emiratos Árabes Unidos. Tengo una foto de Abu Dhabi de los años 60 donde aparecen un centenar de chabolas de adobe de planta cuadrada dominadas por un fuerte, también de adobe, tipo Beau Geste. El fuerte sigue existiendo pero las chabolas han sido sustituidas por la más espectacular colección de rascacielos que se pueda imaginar. Los más importantes arquitectos del mundo han dejado allí su huella y el resultado es único, hasta llegar a extremos como el de un hotel de Dubai cuyo hall está ocupado por una pista de hielo donde patinan los indígenas sin despojarse de sus blancos ropajes del desierto. También hay islas artificiales. El resultado es chocante y solo puede mantenerse a base de petróleo y de energía. O sea, de mucho dinero.

En Qatar el dinero se ha utilizado de otra manera. Como su identidad está centrada en la religión, han creado a base de talonario un museo de Arte Islámico donde no faltan extraordinarias piezas compradas en Sotheby's o en Christie's, muchas de ellas procedentes de Al-Andalus, como cerámicas cordobesas o una alfombra hecha en Cuenca en el siglo VIII si no me falla la memoria.

Luego fundaron Al-Jazira, el canal de 24 horas de noticias por televisión que ha acabado con el monopolio de CNN y ha puesto fin al mismo tiempo a lo que desde cualquier rincón del mundo árabe se percibía como colonialismo cultural e informativo. Las noticias sobre su propio mundo y sobre el exterior no les llegan a los árabes de nuestros días a través de un prisma occidental sino desde Qatar, lo que unido a la imposibilidad de censura -porque no se pueden poner puertas al campo- le da a este pequeño país un peso enorme en la conformación de la opinión árabe. Al-Jazira tiene también una emisión en inglés y puedo asegurarles que es de muy alta calidad informativa. Seguir la guerra civil libia, pongo por caso, a través de esa cadena era un perfecto complemento de lo que uno recibía por las vías habituales. A veces incluso coincidían.

Y finalmente, con la clara conciencia de su identidad e intereses y con el instrumento que les proporciona Al-Jazira, los qataríes se lanzaron sin complejos al proceloso mundo de la política internacional aprovechando con inteligencia el hueco que les brindaba la ausencia momentánea de los dos grandes países de la región, Egipto y Siria, envueltos en complicadas situaciones internas y con otras prioridades en estos momentos. Eso le permite a Qatar tener un papel líder dentro de la Liga Árabe, por ejemplo en relación con la crisis siria, que de otro modo nunca podría haber soñado y eso a pesar de que su última propuesta de enviar allí tropas árabes no tenga visos de prosperar.

Así que lo dicho: voluntad política, algunas ideas, medios, un toque de osadía y aprovechamiento de las oportunidades que se presentan. Esa es la receta para hacerse un hueco en la primera división de la liga mundial, ese reducido grupo de países que deciden por dónde va el mundo.

Tracking Pixel Contents