Opinión

Javier Neira

Verso suelto

Pero ¿qué era lo característico de Fraga? A juzgar por las reacciones inmediatas a la noticia de su muerte, el político de Villalba se podría definir como un personaje franquista incrustado en la democracia. Una consideración que viene de antiguo, desde que, como dice el mantra oficial con una reflexividad ridícula, los españoles nos dimos a nosotros mismos la democracia. Obviamente, Fraga era un franquista. De los más destacados de la segunda época de aquel régimen. Pero también es cierto que la clase política de la democracia fue establecida enterita desde el franquismo –en Asturias, por Claudio Ramos, jefe superior de Policía– con apenas dos excepciones, los comunistas y los democristianos. Por cierto, los comunistas obedecían a Moscú, y los democristianos, al Vaticano. Sin comentarios. A fin de cuentas, la casta política de Europa occidental, con excepción de la británica, fue establecida tras la Segunda Guerra Mundial por el general Patton y compañía.

¿Qué caracterizaba, pues, a Fraga? No que fuese franquista: todos, o casi, lo eran, como queda dicho. Fraga se distinguía porque era un profundo intelectual y una persona honrada. Por eso nunca tuvo, o apenas, el espacio que le correspondía en un nuevo régimen donde, por ejemplo, uno de sus mandarines era Alfonso Guerra, de familia multicorrupta y analfabeto profundo, con el disco de Serrat sobre versos de Machado bajo el brazo como cumbre de su liliputiense cultura. Una persona honrada a pesar de que tuvo mil ocasiones para enriquecerse ilegalmente, con amplísimas lecturas asimiladas y que, además, se opuso al separatismo que, como el huevo de la serpiente, anidaba ya en la redacción de la Constitución de 1978, solo podía ser la coartada franquista para que el resto, también franquistas, se disfrazasen de neodemócratas. Tengo la sensación de que se ha ido a la tumba con gravísimos secretos sobre lo que aquí ha ocurrido en las últimas décadas.

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