Opinión

Fernando Perelló

El capitalismo desde la cuna (I)

El capitalismo como sistema económico basado en la propiedad privada de los medios de producción y en el capital como generador de riqueza, se remonta al Renacimiento, según muchos. El capitalismo como modo de vida, como sistema de convivencia social basado sobre la distribución de la riqueza ciertamente viene de mucho antes, creemos algunos. De la época romana, con sus crisis y sus presuntas causas como la inflación y sus ineludibles consecuencias como la depresión.

Algunos todavía creen que España fue la primera en acarrear la inflación a Europa, al aportar cantidades ingentes de metales preciosos, particularmente el oro y la plata de América, del deseado El Dorado, que al ponerlos en circulación, para comprar los productos que su economía poco elaborada no producía, hizo subir los precios de una manera descontrolada y desconocida. Pagar las deudas a los mercados de la época para continuar las guerras de nuestros Austrias en Europa, añadía naturalmente más inflación.

En realidad, mil quinientos años antes, Octavio cuando todavía no era Augusto, había provocado la misma reacción inflacionista en Roma, después de derrotar a Marco Antonio y Cleopatra, y regresar de Egipto con un inmenso tesoro que, al ponerlo en circulación no pudo evitar la subida de los precios hasta cotas jamás conocidas, Y así fue como Tiberio, para resolver esta espiral inflacionista tuvo que recoger toda la moneda circulante que provocaba quiebras y suicidios al estilo de lo que sucedió, dos mil años después. Así aquellos que creen que fue en Wall Street en 1929 cuando se produjo la primera gran depresión de nuestra historia, deberían recordar que algo parecido ya se había producido en el año 29 (hasta en eso coincidieron) cuando aquellos que se habían endeudado confiando en la permanencia de la inflación productiva, acudieron en masa a retirar los depósitos de los bancos, quienes ante la avalancha, imprevista y descontrolada, decidieron cerrar todas las ventanillas de las entidades bancarias en todos los confines del Imperio Romano. Particularmente en Roma, pero también en Alejandría, Cartago y Bizancio. Y Tiberio tuvo que distribuir cien mil millones a los bancos con orden de prestarlos por tres años sin intereses para restablecer el orden y la confianza. Confianza que los romanos se apresuraron a festejar en las termas públicas para el baño. De hecho cada villa palaciega continuaba disponiendo de una piscina privada y aun para la gente romana menos adinerada se tenían piscinas públicas en número considerable y de gran capacidad. Los usuarios debían desnudarse en una cabina para efectuar ejercicios físicos previos a la entrada en la sala de masajes para finalmente entrar en el baño propiamente dicho.

lamento decirte, me espetó mi amigo sueco de Estocolmo, que tu admirado Indro Montanelli, se pasa tres montañas en la enumeración y valoración de las piscinas públicas de la época.

Será, le dije, porque tanto Tácito, como Suetonio y sus colegas, tendían a la exageración y adulación pero por ello sugiero siempre una visita a Pompeya para tener una visión documental completa sobre la vida romana de la antigüedad. Desgraciadamente Pompeya sufre un proceso de degradación permanente con filtraciones de agua y derrumbes incesantes que se supone tiene que salvar la Unión Europea a partir del próximo otoño. Pero también es verdad que la tradición justificaba la calidad de la vida según el nivel tecnológico real de la urbe romana, enseñándonos las diversas fases del baño, que iban desde el tebidarium, de aire tibio, para pasar luego al calidarium de aire cálido para terminar después en el laconium, de vapor hirviente, con presencia de jabón procedente de las Galias. Para provocar una reacción de la sangre se echaban a nadar en el agua helada de la piscina. Esta buena vida capitalista dispensada en el spa romano propiciaba en su inicio un reposo mental absoluto. Desgraciadamente, al poco, se cedía al gusto por la comida nada frugal, pues constaba de seis platos que se tomaban tendidos en un "triclinio", sofá de tres pies que se ocupaba con el cuerpo extendido para descansar de los ejercicios efectuados anteriormente, con el brazo izquierdo apoyado sobre la almohada para sostener la cabeza y el derecho estirado para coger las viandas de sobre la mesa.

Y te hago saber, le comenté a mi amigo sueco de Estocolmo, ya algo picado por su comentario anterior, que todo cuanto dice a este respecto Indro Montanelli, está comprobado hasta su más estricta realidad.

Desde esta época hasta la Edad Media, continué, y de ésta hasta el Renacimiento, sólo se salva pero ¡con que prestigio!, la trilogía hispánica de Trajano, Adriano y Marco Aurelio, que podríamos considerar como defensora de un capitalismo ilustrado. Periodo en el cual las familias pudientes, aunque no de manera históricamente excluyente, mandaban a sus hijos a perfeccionarse en el extranjero: a Atenas para la filosofía, a Alejandría para la medicina y a Rodas para la elocuencia. Para la economía, la ingeniería, las finanzas y el derecho, se quedaban en Roma. Se trataba de determinar la propiedad del subsuelo, entre el Estado y la propiedad privada. Fijar el precio del trigo y de la vid o emprender grandes obras para combatir el paro sin esperar a Keynes. También empleaban al Tesoro como banco prestando a los particulares, con garantías sólidas e intereses altos, y fijando el nivel y la distribución de los impuestos, tan impopulares como en la actualidad. Y para evitar en lo posible la devaluación de la moneda romana vigilaban el peso del oro para certificar con rigor su temporalidad. Al igual que toda tierra abandonada pero cultivada durante cinco años por agricultores pasaba a su propiedad.

Y así llegamos al Renacimiento, intervino mi amigo sueco de Estocolmo, pero ello requiere un capítulo aparte, y last but not least, ello nos permitirá tomar nuestro café ilustrativo donde siempre, sentenció.

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