Con notable ímpetu las compañías hoteleras españolas, singularmente las mallorquinas, desplegaron desde 1955 sus ansias expansionistas tanto en la península como en Canarias. Crecían exponencialmente al socaire de una paz restaurada (1945) que en diez años había dejado atrás la frontera de la sangre, sudor y lágrimas para entrar cautelosamente en una nueva etapa. Quiero decir que, de Pirineos arriba, se volvería a comer perdices. No en España, ubicada en el lazareto de los proscritos porque don Francisco Franco, ayuno de la gracia de Dios, había seguido el camino equivocado.

Y como los pobres atraen, porque son baratos y sumisos ante el dinero, los de Pirineos arriba empezaron a financiarnos hoteles y más hoteles que llenaban año tras año, al extremo que, casi sin darse cuenta, los empresarios hoteleros, recuperada su independencia económica, se sintieron estrechos en Mallorca e iniciaron su expansión nacional. Sembraron de establecimientos turísticos tanto la península como las Islas Canarias y pronto levantaron el vuelo a los países del Caribe.

Compitieron con los gurús hoteleros norteamericanos. Riu se mallorquinizó. Pepe Hidalgo también. Y algunos más.

Uno tras otro, atraídos por aquel brujerío encantado de ron y caña, llevaron sus logros a unos y otros países de islas coralinas y a los demás países continentales.

Pero no a Cuba, país orgulloso de régimen singular que no admitía forasteros en la construcción ni en el manejo de los servicios hoteleros. Esa tarta terciaria debía ser exclusivamente para el pueblo cubano. Así lo quería el que tenía la sartén por el mango.

Cuba era el demonio de los gringos, pero allí puso los ojos Gabriel Escarrer.

Por aquel entonces mi condición respecto a Hoteles Sol era la de consejero externo en áreas hispanoamericanas, a las que yo iba dedicando estudios y visitas que me permitieron saludar, en audiencias privadas, a todos los presidentes de las repúblicas hispánicas. Las puertas de los despachos presidenciales se me abrieron gracias a singulares intervenciones del rey don Juan Carlos o bien de Bruno Kreisky, –uno de mis mejores amigos– canciller federal de Austria y vicepresidente de la Internacional Socialista, por entonces presidida por Willy Brandt y vicepresidenciada también por Olof Palme. Creo que en todas parte dejé buen recuerdo y a personas con las que aún mantengo contactos. Así que, la concha que quería abrir Gabriel Escarrer era la hermética Cuba. Gabriel Cánaves y yo actuamos de acompañantes.

Para ello acudí a Bruno Kreisky. A mi solicitud correspondió con una carta a Fidel que hice llegar al despacho del comandante. Fechada el 31 de enero de 1989.

Al cabo de muy poco tiempo, se inició la negociación y firma del primer contrato de inversión mixta concertado por el gobierno cubano con una empresa "capitalista" de país no totalitario. Nadie se había atrevido a tanto. ¿No era suicida pactar con Castro?

Quiero diferenciar las empresas constituidas entre países comunistas que se negocian de gobierno a gobierno teniendo un gran peso específico las consideraciones político-doctrinales. Por ejemplo: Cuba con China, Venezuela con Cuba, etc. Ello no obsta que un tercero con experiencia de manejo no sea invitado a una corta participación accionaria. Por ejemplo: China con Cuba y Sol Meliá.

Aquella negociación primera parió un hotel: el Sol Palmeras, abierto en junio de 1990. En 1994 se inauguró el Meliá Varadero.

Me cupo el honor de ser corredactor del primer contrato de inversión mixta junto con una abogada cubana. En Cuba firmaba Abraham Maciques, presidente de Cubanacan, empresa gubernamental única en la materia.

Pero el exilio cubano de Miami, acaudillado y bendecido por los Estados Unidos, no podía consentir que se quebrase el nudo corredizo que se tensaba por el cuello de Cuba, para acabar con el gobierno de Fidel.

Así que en mayo de 1992, en construcción el Meliá Varadero, vino a España para encontrarse conmigo el presidente de la Unión Liberal Cubana en el Exilio, Carlos Alberto Montaner. La Unión tiene su cuartel general en Miami y casa abierta en Madrid.

Habló con suma corrección pero con amenazas veladas: echarían a Meliá de los Estados Unidos, cuyo Gobierno era valedor de las actividades de la Unión Liberal Cubana y, sobre todo, mantenedor del embargo de víveres, de armas y hasta del aire si hubiera podido.

La documentación gráfica que acompaño no deja lugar a dudas sobre la veracidad de lo que llevo escrito. Añado, sin fotos, que por aquellos días en una recepción con motivo de la estancia oficial de un jefe de Estado extranjero en España, se ofreció un cóctel-salutación al que Escarrer y yo fuimos invitados.

Departimos unos instantes con Felipe González, entonces presidente del Gobierno, contándole nuestra batallita por Cuba. Nos animó a seguir. Entretanto se nos acercó el Rey con una sonrisa: "¿De qué habláis?", preguntó. En unos minutos le pusimos en antecedentes así como de la opinión de Felipe. Al tiempo que se iba a otros corrillos se despidió diciendo: "Es un buen consejo, seguidlo".

Yo no soy castrista pero tampoco anticastrista, porque tendría que censurar que con Castro se haya acabado con el analfabetismo, se hayan creado muchas docenas de universidades, se ha enseñado a trabajar a los soñolientos, se ha conseguido que la mayor longevidad del mundo sea cubana, que se exporten médicos, que Cuba dejase de ser el prostíbulo de los gringos y el tugurio de Batista.

Me extrañó, la primera vez que fui a Cuba, una exhibición de unanimidad política –hablo de hace muchos años– que asumía aquello de: "Si Fidel es comunista que me pongan en la lista. Yo quiero ser como él". Y otro eslogan: "Comunismo o muerte. Venceremos".

Algo parecido a esas expresiones exhibieron las brigadas internacionales en la zona roja de España. Dos gallegos cabalgando; uno, nuestra patria española; otro, Castro, su patria cubana. Es hijo de padres gallegos.

Uno y otro, sacrificadores dogmáticos, arrasaron todo cuanto se oponía a su talibanismo a ultranza.

Una pregunta subyace en mi conciencia: ¿Cómo sería una Cuba castrista sin dogal económico?

¿Y no será ese dogal el que mantiene vivo al castrismo?

Que el régimen caerá como caen todos los regímenes, haya sido corta o larga su vida, es obvio. Más aún: se está cayendo y tras él también caerá algún indigenismo pervertido como el de Chávez y sus epígonos. Se caerán también, sobre todo cuando la lucecita de El Pardo cubano –léase Fidel Castro– entre –quizá bajo palio– en la eternidad, que está a la vuelta de la esquina.

Viendo que Sol Meliá prosperaba en Cuba, las demás compañías españolas accedieron al festín. Ahora ya estamos todos.

Algún día contaré otras travesuras en que me he visto involucrado, no menos dignas de ser sabidas como la que hoy dejo escrita.