El canje de un militar israelí por mil prisioneros palestinos revela que la solución del conflicto es imposible; y no sólo de aquél, sino del que enfrenta a Occidente con el islamismo radical. Ese desequilibrio marca la distancia entre dos culturas. Sería una hipocresía hablar del distinto valor de la vida humana para unos y para otros: para Occidente nunca ha valido igual la vida de los suyos que la de los demás. Es otro asunto. La retaguardia de Occidente se arredra, y acaba parando la guerra, cuando llegan los ataúdes; la del islamismo radical, en cambio, se enardece con el supuesto «martirio». Para la primera, la guerra es una maldición, y esconde los cadáveres; para la segunda, una vía de santidad, y los exhibe. Léase lo anterior como simplificación en trazo grueso, que, sin hacer otros juicios, constata las distancias enormes ante el siempre ominoso e inhumano hecho de la guerra.