La madre de Diego Salvá, el guardia civil muerto junto a su compañero Diego Saenz de Tejada, en el atentado perpetrado por ETA el 30 de julio de 2009 en Palmanova, ha dicho siempre, desde su coraje y sereno dolor, que quería ser la madre del último asesinado por la banda terrorista. Aunque tal asignación no dependa ni haya dependido nunca de ella, lo será. Los rumores se han confirmado y ETA anunció ayer tarde el cese definitivo de la actividad armada. Lo hizo con la parafernalia, el lenguaje y los canales de siempre, pero por lo menos esta vez, el comunicado y las capuchas aportan un dato positivo y definitivo y se incorpora, al fin, al respeto a la vida y a las personas.

Si bien es cierto que un gendarme francés murió el 16 de marzo de 2010 en un enfrentamiento con los etarras en las cercanías de París, el último atentado concebido como tal queda reservado para Mallorca. Hay privilegios que nunca hubiéramos querido tener, pero a los que permaneceremos condenados para siempre.

ETA, con unos parámetros que jamás alcanzaremos a comprender porque nunca se han incorporado a la racionalidad, determina su jubilación coincidiendo con el mismo día en que los rebeldes libios acaban con la vida de Gadafi en su feudo de Sirte, otro terrorista que ha conocido, en tiempos mejores, la hospitalidad mallorquina y con bastante probabilidad sabía también de intimidades y vínculos con la extorsión y el terrorismo de origen vasco.

A pesar de lo esperada y hasta suplicada o argumentada, el anuncio del fin de las hostilidades armadas por parte de ETA, produce un cierto desconcierto y abre tentaciones de incredulidad. Es una circunstancia que no puede extrañar en modo alguno porque se adentra en un mundo y unos comportamientos completamente desconocidos para las actuales generaciones de españoles adultos y jóvenes. El terrorismo se había vuelto lacra y amenaza cotidiana, en ese mal crónico que podía agravarse y de hecho se agravaba en cualquier momento.

Alcanzar el "cese definitivo" de la lucha armada ha costado, se dice pronto, casi medio siglo, 43 años y 800 muertos en el camino. En este contexto tienen plenamente sentido las palabras de José Luis Rodríguez Zapatero, al decir en su comparecencia de ayer que a partir de ahora "habrá una democracia sin terror, pero no sin memoria". La decisión de ETA da también una satisfacción a un presidente que tuvo el detalle de reconocer la labor de sus antecesores y que en los últimos tiempos ha atravesado un verdadero calvario personal y político.

Pero queda un último paso todavía por dar, el de la entrega de las armas. Es el hecho que destacaron algunos portavoces del PP, si bien su presidente, Mariano Rajoy, más comedido, resaltó la circunstancia de que no se hubieran hecho concesiones políticas. El candidato socialista, Rubalcaba, con un papel determinante y reconocido en la lucha antiterrorista de los últimos tiempo, recondujo la atención sobre la relevancia de los valores del Estado de Derecho y no sobre la circunstancia estricta del cese de la lucha armada. Pero la decisión la había tomado ETA. Lo hizo tres días después de la Conferencia de San Sebastián en la que se le pedía el abandono de las armas y después de un persistente acoso político, policial y judicial que había logrado mermarla y hasta descabezarla varias veces. También cuando el clamor de la calle le repetía una y otra vez que la paz y la libertad ya no admitían más demora.