Como todos sabemos, el cónclave es la reunión del colegio cardenalicio para elegir un nuevo papa. La palabra nació cuando se decidió que los cardenales quedasen encerrados cum clavis, con llave, en un recinto aislado para impedir las influencias externas. El único consejero de cada uno de los santos varones sería el Espíritu Santo.

Menos conocido es que, más de una vez, los cardenales en cónclave tuvieron que pasar hambre. Así ocurrió en el siglo XIII, cuando los ciudadanos que debían dar de comer a los panzudos cardenales se negaron a seguir dándoles la sopa boba después de tres años sin decisión. Como resultado, el hambre dio alas al Espírito Santo –quiero decir, aún más alas– porque los cardenales de inmediato se pusieron de acuerdo. Tan bien fueron las cosas, que la estrategia, con algunos altibajos, se repitió. En los primeros cinco días, los cardenales sólo recibían –a través de un ventanuco– una única comida. Pero a partir del día seis, sólo recibían pan y agua. No sé si decir que es una pena; hoy, estas medidas se han debilitado mucho y la dieta –sana para el cuerpo y sana para el alma– ya no es obligatoria. Sin ayuno, el santo colegio cardenalicio es un poco menos santo. Pero, mientras no haya fumata bianca siguen "en prisión incomunicada". Por decirlo en lenguaje judicial.

Se me ocurre que la estrategia del cónclave podría repetirse en otros ambientes. En el mundo de la ciencia, cuando aparece un problema particularmente complejo con repercusiones sobre la salud o la enfermedad, suele convocarse un congreso en el cual todos los que pueden aportar algo se reúnen y terminan produciendo un documento de consenso, el cual se publica con la esperanza de que la sociedad lo tenga en cuenta.

Pero no estoy pensando, ni en religión, ni en ciencia, sino en política y en economía. Empezando por la última, creo que todos estamos hartos de expertos que son capaces de "predecir el pasado", explicando las razones por las cuales el mundo va tan mal y las medidas que creen que deberían tomarse. Sin embargo, cada uno dice una cosa diferente y siempre, en un lenguaje incomprensible. Además, me temo que esas reuniones sean muy locales. El gobierno alemán tiene sus asesores, el francés, los suyos y así ocurre en cada país, sin dejar de lado el nuestro en el que cada autonomía también tiene los suyos. Pero aún son más locales, porque cada gobierno reúne a los asesores de su color y cada partido de la oposición reúne a los suyos. Que, entre todos, coinciden en muy poco. O así lo parece.

Se me ocurre que estaría muy bien si se convocase un congreso internacional de economistas. Pero, a diferencia de los congresos más corrientes, no debería haber tiempo para visitas culturales ni otros entretenimientos que suelen amenizar las sesiones de trabajo. Puesto que nadie duda de que ellos son culpables de una gran parte del lío, deberían pagar obedeciendo la estrategia de los viejos cónclaves: durante cinco días una única comida y después, pan y agua. Sin posibilidad de salir antes de conseguir un buen acuerdo entre ellos.

Aunque todavía se me ocurre algo mejor: en vez de reunir economistas en cónclave, reuniría políticos. Por mucho que en la tele digan que saben lo que hay que hacer para salir de la crisis, estoy seguro de que mienten. Pero, si encerrásemos la plana mayor de todos los partidos y los tuviéramos a pan y agua hasta que se pusieran de acuerdo, el resultado sería magnífico para el país. Si además los seguíamos con cámaras, al estilo gran hermano, el éxito sería fulgurante.

Y por si alguno tenía la brillante idea de engordar antes (para poder resistir más) establecería una dieta para cada uno en proporción a su peso. Los gordos, menos comida que los flacos. Sano para el país, sano para la salud de sus próceres.

Algunos de los que han leído hasta aquí deben estar sonriendo. Piensan que es otra de las bromas que, intentando ser divertido, este servidor de ustedes publica de vez en cuando. Pero hablo en serio; piensen en lo bueno que sería para el país. Yo, de momento, declaro bajo palabra de honor que votaré al primer candidato –sea el que sea– que desafíe a sus contrincantes a un cónclave-con-ayuno.

De momento, brindo generosamente la idea a los indignados: "Señorías, o acuerdo, o dieta" (no he conseguido hacer un pareado. Pero seguro que alguien encontrará una hermosa rima). Me cuesta creer que haya una sola persona en este país que no está de acuerdo. Dejando aparte a los mismos políticos, claro.

La pena es que hasta nos dolería ver que alcanzasen un acuerdo demasiado pronto. Porque la satisfacción de verlos pasar hambre siempre nos sabría a poco.