Las administraciones involucradas en la visita de Benedicto XVI a Madrid parecen disponer de un único salvavidas al que asirse para justificar los gastos que está ocasionando: los beneficios que reportará la presencia de Ratzinger. También el presidente de la organización de los empresarios madrileños hace ver que los hoteleros y comerciantes ganan, exigiendo "paz y orden" para que todo discurra adecuadamente. Se trata, por lo que se ve, de un evento sustancialmente de promoción turística de la ciudad, de un suceso que lleva aparejados pingües negocios de los que de ninguna manera se puede prescindir, por lo que todos a una poco menos que ordenan al gobierno que garantice la tranquilidad e impida que unos cuantos desaprensivos traten de fastidiar la fiesta. Al tiempo, el cardenal arzobispo de Madrid y presidente de la Conferencia Episcopal, Antonio María Rouco Varela, máximo inspirador del tinglado montado, también se deshace en explicaciones precisando que el coste será mínimo y que "la visita pastoral" reportará ganancias para todos; no dispongo de datos para deducir si entre ellas incluye las espirituales, de las materiales todos están de acuerdo en que las habrá suficientes para proceder a un buen reparto.

Benedicto XVI viene a Madrid para, en sustancia, protagonizar los actos que programa una iglesia concreta: la católica. Es, sobre el papel, un listado de celebraciones religiosas, convertidas en la práctica, por la absurda posición beligerante de los gobiernos, tanto el central como los de la comunidad autónoma y Ayuntamiento de Madrid, en un acto político que está soliviantando a quienes no entienden, desde posiciones al margen de la Iglesia católica, que se gasten millones de euros en algo que no concierne al Estado aconfesional, como a los que desde la perspectiva católica vemos con desánimo (el estupor por lo que hace y deja de hacer la jerarquía católica ha desaparecido hace tiempo) la cada vez más acentuada politización de sesgo ultrarreaccionario que se ha apoderado de todo lo que guarda relación con la Iglesia católica. La del Papa en Madrid no es otra cosa que la manifestación pública del poder del cardenal Rouco, el prelado que más ha contribuido al desprestigio y deterioro de la Iglesia católica española desde los tiempos de los "obispos de la cruzada; Ratzinger, no lo duden, contribuirá, y de qué forma, a vigorizar a quienes se oponen a los privilegios que sigue acumulando la Iglesia, a los que consideran obsceno el papel que ésta se ha adjudicado en la sociedad española, por mucho que los resultados de su actuación sean desastrosos para sus intereses, para lo que debiera ser fundamental: el incremento del catolicismo más allá de los que nominalmente se declaran como tales, que cada vez son menos.

España, un país culturalmente cristiano, está no solo ya desapegado del catolicismo institucional sino francamente enfrentado a él: la Iglesia es una de las organizaciones peor valoradas por los ciudadanos, que menos confianza inspira. Nada de eso desalienta a los obispos, que insisten en mantener posiciones beligerantes contra todo lo que se escapa a su estrecha ortodoxia. Antonio Papell, que se define como "liberal agnóstico", afirma que quienes dirigen la Conferencia Episcopal "pretenden reforzar su influencia e imponer criterios mesiánicos a creyentes y no creyentes"; cita al Foro de Curas de Madrid, desde el que se ha emitido un documento en el que se habla de "los mecenas de Rouco", en el que se carga con dureza contra la alianza que el cardenal arzobispo mantiene con los poderosos, porque deja a la Iglesia "sin capacidad de denuncia profética de la situación de los empobrecidos".

¿Qué espera obtener la jerarquía católica de la visita de Joseph Ratzinger? Más financiación que la otorgada por el actual gobierno socialista es imposible. Un futuro gobierno del PP podrá derogar algunas de las leyes que tanto repelús le causa a la Iglesia: aborto, matrimonio homosexual, divorcio rápido…, también le podrá dar más protagonismo institucional, a la que es tan apegada (sigue con la mirada clavada en los tiempos en los que el general Franco entraba bajo palio en las iglesias), pero mejorar la financiación ya es complicado. Lo que el Vaticano y los obispos quieren es que el poder político se subordine a las que considera leyes morales inmutables, petrificadas como los "principios del Movimiento" de la dictadura franquista, que, "por su propia naturaleza", son "permanentes e inalterables" y, por ello, están por encima del repudiado relativismo democrático de las mayorías parlamentarias. Es una frontera que en España afortunadamente no es posible cruzar.

Benedicto XVI en Madrid. Antes estuvo en Valencia y las consecuencias todavía son visibles: el desvío de fondos públicos fue espectacular. ¿De verdad alguien cree que con la efervescencia que se vive en el planeta la visita de Ratzinger es una cuestión estrictamente religiosa? Con ganas de escandalizar a los que no dudan en escandalizarse siempre que conviene: no sé si España está dejando de ser católica, pero sí tengo la certeza de que tal cosa sucede en el Vaticano y en la Conferencia Episcopal.