Mary Wollstonecraft Godwin, más conocida como Mary Shelley, es famosa por su novela Frankenstein, o el moderno Prometeo. Todo el mundo la conoce: un científico loco da vida a un monstruo construido con partes obtenidas de cadáveres, un monstruo que no tarda en rebelarse contra su constructor.

Obviamente, el personaje ni se ha hecho realidad ni se espera que llegue a serlo. Pero uno de los más famosos escritores de ciencia ficción, Isaac Asimov, dio vida al mito desde otro punto de vista cuando definió el "síndrome de Frankenstein". El miedo a que un robot, obra de un ser humano, se rebele contra su creador.

La mayor parte de los robots actuales no tienen el aspecto humanoide que imaginó Asimov. Pero están en todas partes. ¿Debemos mantener el miedo a la rebelión de los robots? Quizás no nos damos cuenta, pero la verdad es que nos asedian.

Cierto día, un ser humano se acercó a la casa del protagonista de esta historia y leyó una cifra en el contador eléctrico. La escribió en un pequeño ordenador de mano y la cifra se transmitió de inmediato al gran ordenador de la compañía. Pero ocurrió un pequeño error y la cifra leída se multiplicó por un factor tal que la hizo enorme. El resultado se imprimió en una factura que en pocos días volvió puntualmente a la casa. El consumo que hasta entonces había sido de unas decenas de euros, se convirtió en varios millares.

Nerviosamente, la víctima del error llamó a uno de los números de la compañía, un número que, obviamente siempre es de tarificación especial. Una voz, muy educadamente, le empezó a recitar: "Si quiere hablar de A, marque el uno, si quiere hablar de B, marque el dos...". Como la compañía había decidido entregar un poco de calor humano (algo que no siempre ocurre) el mensaje terminó con "si quiere hablar con un operador, espere un poco".

La víctima hizo uso de esta última posibilidad y esperó. Pero entonces, la misma voz amorfa de antes se hizo presente otra vez: "Nuestras líneas están ocupadas…" Armado de paciencia, esperó. Esperó. Esperó… Siempre con un fondo de musiquilla anodina, Al fin, le sorprendió una voz realmente humana y a quien la víctima explicó sus penas. La voz humana lo tranquilizó: "No se preocupe; dé orden a su banco de que no abone la factura y se le remitirá una factura corregida". La víctima oyó un rápido tableteo. La voz tecleaba la información recibida. Sonaba como si el ordenador de la compañía estuviera recibiendo unos pescozones en castigo a su estúpido error.

Nuestra víctima, ya tranquilizada, habló con el banco y dio orden de no pagar. Pero después de tres días, recibió otro mensaje, esta vez claramente amenazador: "Hemos tenido noticia del impago de su factura número… Le rogamos de que dé orden a su banco de que la abone. En caso contrario, nos veremos obligados…".

La víctima volvió a pasar por las penurias telefónicas y nuevamente, a punto de agotar la paciencia, consiguió enfrentarse a un ser humano. Aunque la seductora voz que esta vez lo atendió no era la misma. Volvió a explicarlo todo. En esta ocasión, la respuesta empezó igual que la primera vez: "No se preocupe…". Pero el final fue diferente: "Pague la factura errónea, y en facturas sucesivas el consumo se le irá descontando de la cantidad abonada de más hasta que se llegue al balance correcto…".

La víctima quedó sin ver ninguna razón por la cual el ordenador de la compañía querría obedecer la segunda serie de pescozones, cuando no había querido obedecer a la primera. Ni tampoco veía ninguna razón por la cual él, con medios no muy boyantes (como todo el mundo) debía hacer un préstamo sin intereses a la compañía.

No sé el final de esta historia, que por todo lo demás es absolutamente cierta. Fue un diálogo entre varias personas y el protagonista indiscutible: un ordenador que se niega a obedecer órdenes de los seres humanos, sus creadores y sus amos.

Según Asimov, las dos primeras leyes de la robótica son: 1.- "Un robot no puede hacer daño a un ser humano o, por inacción, permitir que un ser humano sufra daño". 2.- "Un robot debe obedecer las órdenes dadas por los seres humanos, excepto si estas órdenes entrasen en conflicto con la primera ley".

Pero, también según Asimov, el "cerebro" del robot que desobedeciera una sola ley debería quedar cortocircuitado, debería fundirse al instante. Pero el ordenador de la compañía parece que ha superado las dos primeras leyes y ha sobrevivido. El monstruo de Frankenstein se ha liberado de las cadenas y anda suelto.

Lo sospechábamos desde hace bastante. Lo que nos ha sorprendido es observar que las compañías eléctricas han descubierto una nueva forma de recibir financiación sin intereses.

Muy mal deben estar. Las pobres.