En los últimos meses hemos visto como la indignación acumulada por los jóvenes y no tan jóvenes afectados por la crisis ha saltado de las redes sociales de Internet a las calles y se ha convertido en un movimiento social pacífico que pide más democracia. Las plazas han vivido algo inédito en nuestro país.

A muchos ciudadanos no les parecen suficientes las vías de participación política, y es una reivindicación más que legítima. Quieren dejar de ser sujetos pasivos para convertirse en agentes activos.

La gente quiere participar más en las decisiones que afectan a su futuro. Hay ya demasiada información circulando acerca de cómo el poder económico ha ido sometiendo a la soberanía popular y de cómo los representantes políticos no están pudiendo afrontar los retos a los que nos enfrentamos (paro, crisis ecológica y energética, fracaso educativo…).

El esquema piramidal jerárquico que caracteriza a los partidos empieza a mostrar síntomas de inoperancia en el nuevo escenario y comienza a emerger la organización en red fruto del paradigma postmaterialista de Internet.

Del mismo modo que la mente se transforma gracias a la activación de nuevas redes neuronales, la sociedad también evoluciona gracias a la activación de redes de comunicación. Y los cambios que se están produciendo en este sentido están transformando la sociedad y reorganizando nuestros propios marcos mentales. Uno de los cambios más importantes fruto de la transformación sistémica que estamos atravesando es el modelo de organización en red. Una nueva forma de relacionarnos, de trabajar, de generar proyectos e incluso, de vivir, que requiere nuevas habilidades y una transformación individual y colectiva para adaptarse al nuevo escenario.

El eje de la generación de opinión pública se ha movido de los grandes grupos de comunicación y partidos políticos a las redes sociales. Enjambres de personas que piensan colectivamente. En red. Y que poco a poco empiezan a organizarse.

Ahora sólo falta que seamos capaces de crear las organizaciones de participación política acordes a los nuevos tiempos y a los nuevos paradigmas. Es cuestión de tiempo, pero cuanto antes lo hagamos antes aprenderemos la lección de esta crisis sistémica y la habremos trascendido. Van a ser necesarios innovadores sociales capaces de traducir en instituciones lo que ya está sucediendo en nuestros patrones mentales.

Democracia participativa

Hace algunas décadas en nuestro país vivimos un proceso de transición de una dictadura a una democracia parcial. Fue una gesta extraordinaria de reconciliación y modernización de la que debemos estar orgullosos. Pero el proceso no está culminado y el escenario actual empieza a dar señales de que es necesaria una nueva evolución.

Ahora nos toca hacer la segunda transición, esa que nos debería llevar de una partitocracia a una democracia participativa y real en la que la gente pueda participar en las decisiones que les afectan más allá de emitir un voto cada cuatro años. Durante la transición del franquismo a la democracia se otorgó a los partidos políticos de nuestro país un exceso de poder. Había una razón: tras 40 años de prohibición, necesitaban reforzarse. Hoy, esta hipertrofia está ocasionando la paradoja de que su existencia, condición fundamental para la democracia, se esté convirtiendo en un obstáculo para el desarrollo de la misma, y esté creando una creciente separación entre gobernantes y gobernados, que cada vez se sienten menos representados.

Este alejamiento, sumado a la crisis económica, han desencadenado en la movilización popular de los "Indignados" que reclama más peso político de los ciudadanos en detrimento de los partidos.

Es una demanda muy lógica. Sobredimensionados y obsesionados por el poder, esos partidos, que en teoría deberían servir para canalizar la participación de los ciudadanos en la política, la monopolizan y expulsan a los ciudadanos de ella. Un mal diseño institucional permite que mezclen según sus intereses los poderes ejecutivo, legislativo y judicial, cuya separación es un principio esencial de la democracia.

Cada cuatro años se pregunta a los ciudadanos qué partido político desean que les gobierne, pero nunca se les pregunta si el comportamiento del Estado les parece correcto, si los poderes y privilegios del Estado y de sus administradores son o no excesivos.

El acto de votar queda también desvirtuado porque el elector, dentro de un sistema de listas cerradas y bloqueadas, tampoco puede elegir a sus representantes.

La democracia debe estar basada en la participación de los ciudadanos. Sin embargo, los políticos profesionales argumentan que la participación es imposible en la vida real, que los ciudadanos son una masa heterogénea y que únicamente los militantes de un partido están capacitados para gestionar correctamente nuestro mundo. Pero eso no deja de ser despotismo y desde luego que no es democracia. Es un argumento que ya no se sostiene.

Necesitamos una evolución del sistema, una reforma que nos permita adaptarnos a retos acuciantes como la ecología, economía, energía y educación. Es preciso actualizar las instituciones para el nuevo entorno en que vivimos, cambiar la ley electoral, dotar al sistema de una transparencia radical que evite la corrupción, regenerar la separación de poderes y establecer controles ciudadanos que permitan exigir responsabilidades políticas.

Quienes exigen cambios deben ser también responsables y discernir qué cosas de nuestro sistema funcionan para que perduren. Nuestros antepasados han conseguido algunos logros en ciertas áreas y no tenemos que desechar su legado. Primero porque seríamos poco inteligentes, y segundo porque no estaríamos honrando su sacrificio. No hay que inventar cosas que ya existen. No hay que destruir, hay que construir. Esto no excluye la necesidad de perseverar en la exigencia de que se actualice todo aquello que ha quedado obsoleto de manera no-violenta y creativa.

Por su parte, los políticos deben estar a la altura de los acontecimientos y rescatar la humildad, el espíritu de concordia y sentido de estado para hacer posible la segunda transición. El mundo entero nos mira.

* Periodista y editor